Jorge Luis Borges
Basada en una leyenda persa
Se detuvo abruptamente al ver la imagen seductora de una joven en las
aguas claras del manantial. La muchacha
entretejía sus cabellos azabache con pequeñas flores azules. La mirada
perdida en la lejanía..."¿Estará soñando con su amado?, reflexionó
perturbado, decepcionado.
El ángel, sobrecogido por el sentimiento que aquella sublime criatura
encendió en su corazón, descendió de los cielos bajo la apariencia de un
vendedor ambulante. No deseaba asustarla. Frenó con fiereza el impulso
de abrazarla, de acariciar su piel tersa y luminosa.
Ella se sobresaltó ante su aparición."No te asustes, sólo deseo refrescarme, vengo desde un país muy lejano", se atrevió a decir.
Ella le sonrió y él quiso adueñarse de esos labios tentadores.
"Estoy seguro que serán dulces como fresas maduras", suspiró extasiado.
Con atrevimiento, se sentó a su lado. Ella no protestó. La sedujo su gentileza, sus ojos serenos.
El ángel, con adoración, le rozó el cabello.
"¿Sabes la leyenda de esas florecillas que adornan tu trenza?".
La muchacha negó con la cabeza, intrigada.
"Un caballero vestido en su armadura estaba cabalgando a la orilla del
río con su prometida. Ella vio un grupo de flores azules meciéndose en
el agua, y pidió a su amante que las recogiera. Al intentar llegar a
ellas, el caballero se resbaló y cayó al río. La pesada armadura le
impidió nadar y comenzó a hundirse en el agua, pero antes arrojó las
flores azules a su amada diciéndole : No me olvides...Al igual que ese
intrépido caballero que dio su vida por satisfacer el capricho de su
adorada, yo sería capaz de repetir semejante hazaña por ti con tal de merecer tu amor".
Ella, una pitonisa respetada por su pueblo, captó el aura del joven,
brillante y diáfano. Supo con certeza que no pretendía engañarla.
Decidida y prendada de la singular luz que irradiaba el joven, le
entregó su corazón. A partir de ese instante jamás se separaron.
Enterado el Señor de Señores que su mensajero por un amor carnal no
cumplió con la misión que le había encomendado, tronó desde las alturas.
El ángel experimentó la furia de su Creador en sus entrañas. Avergonzado pero no arrepentido, se presentó ante El.
"¡Cómo es posible que me hayas desobedecido! Dos ciudades fueron
destruidas por tu desidia. Te encomendé llevar mi advertencia a Sodoma y
Gomorra para que enmendaran su abominable conducta, ¿y tú que hiciste?
¡Te enredaste en los encantos de una damisela! Las puertas del Paraíso
estarán cerradas para ambos. ¡Fuera de mi presencia!".
El ángel, desgarrado por el dolor, clamó misericordia, no para él sino para su amada, ajena a su infracción.
"Recibirás mi perdón si renuncias a ella". Las palabras fueron espadas
que atravesaron su corazón. No tenía alternativa, ella no se merecía la
oscuridad eterna; ella, la luz de su vida.
Lágrimas de sangre bañaron el relato que la pitonisa escuchó atribulada.
Se rebeló al sacrificio que injustamente se les imponía. El ángel la
consoló con besos más dulces que la miel y ella lloró en sus brazos.
El adiós plañidero los sumió en una profunda tristeza.
"¿Te acuerdas de la leyenda que te narré cuando, bellísima, te encontré a
orillas del manantial? Hoy, como aquel caballero de armadura, me hundo
en las consecuencias de mi irresponsabilidad, me ahogo en un río de
amargura. Pero ten por seguro que nunca, ¡nunca! me arrepentiré de
haberte amado...de amarte. Y como aquel caballero te suplico: ¡No me
olvides...No me olvides, amor de mi vida!