martes, 26 de abril de 2016

LA CAZADORA

A Cedric le encantaba que su abuela lo cuidara por las noches mientras sus padres permanecían en la comarca vecina participando de la feria mensual,en donde vendían los productos de su granja. Con entusiasmo escuchaba los relatos que la anciana le narraba antes de dormir, relatos oscuros y tétricos, no recomendados para un niño de seis años.
"Las Korrigan son hadas maléficas condenadas a vivir en la tierra en un estado de penitencia por un tiempo indefinido.
Estas criaturas son muy hermosas cuando se las ve al atardecer o de noche, pero durante el día sus ojos son rojos, su cabello blanco y su piel arrugada. Pueden predecir el futuro, cambian de forma y se mueven a la velocidad del rayo. Cantan y peinan su largo cabello esperando a un galante caballero. Estas hadas malignas  tienen el poder de hacer que los hombres se enamoren fácilmente de ellas, pero asesinan a quienes lo hacen".
Llegado ese momento, el niño se cubría el rostro con las mantas y gritaba de espanto.
La abuela, entonces, riendo interrumpía el relato.
_ Recuerda querido Cedric, jamás te internes en el bosque porque podría estar aguardándote una Korrigan...
_ ¡Basta abuelita!_ chillaba pataleando debajo de las frazadas.
Los años pasaron, la abuela murió, pero sus cuentos perduraron en la memoria de Cedric. Por supuesto que a los veinte años, aquella fantasía infantil tan lejana, ya no lo atemorizaba...lo hacía sonreír.
Llegó por fin el mes de agosto y la celebración de "El día de Lammas", la fiesta de las cosechas. La palabra Lammas significa "pan de masa" y el festival conmemoraba los primeros frutos de la cosecha.
Todo el pueblo se reunió en la iglesia para que el sacerdote bendijera el pan obtenido de los primeros granos de trigo. "Las primicias de nuestra cosecha", había expresado con orgullo el padre de Cedric.
Luego de la celebración religiosa, la familia festejó con un opíparo banquete. La jornada finalizaba con un torneo de arquería.
Al atardecer, Cedric junto a unos amigos, se internaron en el bosque que rodeaba la aldea. Todos muy ufanos ante las miradas femeninas, luciendo sus arcos y carcaj repletos de flechas.
Antes de llegar al punto de encuentro, en donde se realizaría la competencia, Cedric se descompuso. "Seguramente me ha caído mal el pastel de carne de ardilla". Una tremenda arcada lo dobló en dos, seguida de un feroz vómito. Tardó en recuperarse, cuando lo hizo notó que sus amigos lo habían abandonado. "¡Egoístas!, sólo piensan en el torneo".
Tomó el arco, ajustó la correa de su caracaj y luego de beber un poco de agua fresca de la qantara, una cantimplora anular, continuó su camino.
"¿Qué sucede? Por aquí ya he pasado", se preocupó. No quería reconocerlo, pero estaba perdido.
De repente, para su asombro, escuchó una melodía prístina, exquisita. Alguien cantaba y la voz, dulce como el néctar de las flores, lo atraía como un imán.
Se impactó al verla. Bella, peinaba con delicadeza sus cabellos semejantes a largas hebras de hilo de oro. Cuando lo descubrió, cesó su canto y le sonrió.
Los ojos grises de la doncella, tan grises como un amanecer lluvioso, lo obnubilaron; y su sonrisa, diáfana, lo subyugó.
"¿Quién eres?", intentó preguntar, pero las palabras permanecieron prisioneras en su boca.
Ella extendió sus brazos, invitándolo a acercarse. El obedeció mansamente.
El perfume de la doncella lo enloqueció. Una fragancia sensual que le recordó las manzanas rojas que había recolectado el día anterior.
"Amor, hueles a manzana, apetitosa, carnosa. Como Adán, yo también deseo pecar saboreándote", pensó excitado.
Ella, apenas lo rozó con sus trémulos dedos y él tembló, arrastrado por un torbellino de pasiones.
Sentados frente a frente, sobre una mullida alfombra de hierba fresca y tréboles en flor, con las piernas entrelazadas, Cedric se dejó arrastrar por una corriente vertiginosa de sensaciones vibrantes nunca antes conocidas.
Ella movía su cuerpo y sus caderas con ritmo cadencioso. Y él la penetraba cada vez más profundo.
"Cremosa", pensaba enfebrecido.
Ella se apoderó de los labios de Cedric, pasó su lengua sobre ellos y a continuación los mordió. Esto aumentó la libido del joven, que desesperado respondió al beso atravesando con la lengua, como si fuera una espada, la boca de fresa de la doncella. Era un volcán en ebullición.
Cedric sentía extasiado las uñas de la muchacha dejando estelas de fuego en su espalda. "Diluido en el leve frenesí del rasguño".
De repente, el volcán estalló. Todo él era lava ardiente. Le costaba respirar, la lujuria lo ahogaba.
"¡Por Dios, esto es el Paraíso!", alcanzó a gritar antes de derramarse dentro de ella.
Ella lo  acarició con ternura susurrándole al oído: "Gracias por este instante de placer infinito. Para mí uno más de tantos...para ti, el último".
De los pliegues de su túnica de seda extrajo un puñal y sin más, le cercenó la yugular.
Mientras el filo se deslizaba por su cuello, ejecutando una danza mortal, Cedric pensó: "Abuela, tenías razón, las Korrigan existen y yo, ¡bendigo su existencia!".


lunes, 18 de abril de 2016

MANDRAGORA MISTERIOSA

Se desliza como alma en pena sobre la gramilla húmeda del cementerio.
Una densa capa de neblina envuelve su armonioso cuerpo. Su cabello negro, como el ónice más preciado, oficia de amuleto protegiéndola de los espíritus malignos de la noche. Su mirada cristalina, empecinada busca entre las tumbas el tesoro que salvará su vida. Sus manos manchadas de sangre y barro de tanto hurgar en la tierra, tiemblan descontroladas por tanto esfuerzo inútil.
La Mandrágora no aparece, se empecina en mantenerse oculta y la bella joven llora con desesperación.
"Búscala entre los muertos recientes, ellos tienen la respuesta a tu mal", le sopló al oído su madre, una bruja asolapada.
Ya de madrugada, regresa a su hogar desilusionada.
_ ¿La has hallado?_ su madre cae sobre ella como una tromba.
_ ¡No! _ grita entre sollozos _¡Madre!, ¿qué será de mí? ¡Mi marido me matará!
_ Calma, ya encontraremos una salida _ intenta tranquilizarla.
_ No hay tiempo, la red de mentiras que he tejido es mi cepo. Estoy inmovilizada en medio de la oscuridad _ se lamenta.
_ ¿Has buscado bien?
_ ¡Pues claro!He recorrido cada tumba escarbando en todas ellas y...¡nada!, ¡nada!
_ Pero niña, ¡que tonta eres! Yo no te he dicho tumbas recientes sino muertos recientes.
_ ¿Acaso los muertos no residen en sus tumbas? _ pregunta perpleja y contrariada.
_ ¡No!, sígueme, ¡pronto!, antes que asome el sol, todavía hay tiempo..Trae a Manchas y una cuerda._ es la misteriosa orden de su madre. Sin cuestionarla toma al perro y salen presurosas.
Corren por las calles desoladas. Bendicen la lluvia que comienza a caer como cortina de perlas, sobre el pueblo dormido. La lluvia retrasará el inicio de actividades matinales y eso las beneficia sobremanera.
La joven sigue desconcertada a su madre que se dirige hacia la plaza principal donde se levanta el patíbulo en el que el día anterior ahorcaron a dos ladrones.
La mandrágora crece debajo de los patíbulos, donde cae el semen eyaculado por los condenados durante las últimas convulsiones antes de la muerte.
Ve como cava con las manos en el barro debajo de los cadáveres,que como marionetas penden de la soga en un absurdo vaivén.
La tétrica escena no la impresiona, sólo teme al castigo que puede llegar a infligirle su esposo si descubre la infidelidad.
_ ¡Albricias!_ escucha exclamar a su madre y el corazón se le detiene.

_ ¿La tienes madre? _ la esperanza la ciega.
_ Trae a Manchas _ con destreza y suma rapidez la mujer ata la raíz de la mandrágora con una punta de la cuerda, la otra la anuda al cuello del animal.
Una vez hecho esto se une a su hija y alejándose una distancia prudencial llama al perro.
Manchas corre hacia ellas y un grito escalofriante las paraliza y regocija a la vez. El perro muere al instante.
Sin prestar atención al pobre animal, se apresuran a rescatar la raíz de mandrágora.
Cuenta la leyenda que aquel que arranca la raíz de una mandrágora muere irremediablemente, por eso fue necesario sacrificar al perro.
_ Ha gritado, la raíz ha gritado por lo tanto es poderosa. Aquí está tu salvación, querida hija.
De regreso en su hogar, bajaron al sótano a través de una abertura escondida debajo de una alfombra ajada y deslucida. Encendieron una decena de velas ungidas con aceite de belladona para impedir la entrada de energías tenebrosas y sobre una mesa de roble se dispusieron a iniciar el ritual.
La madre corta un trozo pequeño de la raíz, lo muele y el polvo producido lo coloca en un pequeño cofre de oro y plata.
_ Disuelve esta preparación en el vino de tu marido durante tres noches. Cumplido ese período amanecerá muerto y tú serás libre, mi niña. ¿Feliz?
_ Mucho, madre _ contesta aliviada.
Cuando la bruja se queda sola en el sótano, continúa con el ritual.
"Ego te baptizo in nomine Samael patris et spiritus tenebrarum magne magna Maquiavelo" ( Yo te bautizo Maquiavelo en nombre del gran Samael, padre de los espíritus de la Oscuridad)
La raíz adquiere vida, convirtiéndose en un pequeño duende.
_ Desde ahora estoy a tu servicio_ son sus primeras palabras.
_ Serás el ángel guardián de mi hija. Protegerás y defenderás al hijo que lleva en su vientre. Nadie sospechará de su infidelidad _ la voz autoritaria suena implacable.
_ Será un placer _ la voz aguda preñada de malicia, estremece a la bruja provocándole un orgasmo de poder.





viernes, 15 de abril de 2016

ILICITO

Ese día por un leve problema gástrico salí antes del trabajo. Era un día soleado y muy caluroso.
Me detuve en el bar que queda en la esquina de mi departamento y ordené una limonada. El limón siempre calma mi malestar estomacal. Me acomodé en una de las mesas ubicadas en la estrecha vereda.
Me fastidiaba que era justo la hora de la salida de los colegios y el barullo de los jóvenes me aturde y desespera, más aún sintiéndome mal. Fue en ese maldito momento que la vi. Pasó a mi lado, casi rozándome, junto a otras dos compañeras.
Bella, etérea. Su frescura me cautivó y sus ojos grises me cautivaron. Reía, no sé, de algo gracioso, quizás...y su risa cantarina me hipnotizó.
Hacía años que no experimentaba tal arrebato. No pude apartar me mirada de ella. Pensé:"Me ha hechizado el alma".
Cuando desapareció al doblar por una de las calles, desperté de mi ensoñación y me escandalicé de mi reacción.
Ella,supuse,una niña de trece años, y yo un hombre de cincuenta y tantos...casado y con hijos mayores. ¡Si hasta mi hija menor tenía su misma edad!.
La vergüenza tiñó el sentimiento que comenzó a crecer en mi interior, un embelesamiento que no pude frenar.
Desde entonces, la pequeña ninfa se apoderó de mis pensamientos. Sueños eróticos me atormentan, pero ya no lucho contra ellos, los gozo. He asumido mi debilidad.
Cada tanto, amparado en mis malestares, muchas veces fingidos, me escapo del trabajo y sentado en el bar de la esquina, espero ansioso su paso. Sólo observarla revitaliza mis sentidos.
Amor vedado, amor ilícito...lo sé. Sus labios me hablan de besos prohibidos y yo sueño con devorarlos.
Ella es la primavera; yo, el invierno. Sin embargo este amor secreto me hecho reverdecer.


jueves, 7 de abril de 2016

AUTOPSIA

La noche como un manto negro, descendió sobre el silencioso castillo. Unas pocas velas encendidas atestiguaban la presencia de tres personas, oscuras y misteriosas.
Reunidos alrededor del calor que emanaba de la enorme chimenea, cada uno de ellos estaba ensimismado en sus pensamientos.
El conde, delgado y de piel cetrina, simulaba leer el periódico del día.
Su hija Cornelia, de figura insulsa, y blanco de las burlas de todos los jóvenes del condado, bordaba a desgano.
Y el jorobado, un huérfano que vivía en el castillo gracias a la generosidad de Cornelia, servía un té de menta a ella y un brandy al conde.
Cornelia odiaba a su padre, siempre indiferente a sus miedos y angustias; siempre violento con su madre. "Hoy será", pensaba entre puntada y puntada.
La medianoche fue anunciada por la última campanada del reloj de pie.
El conde, con voz gélida, dio las buenas noches y con paso cansino se retiró a su habitación. Desde la muerte de su esposa, hacía ya una semana, se mantenía distante y abstraído.
_ Es hora _ Cornelia arrojó con furia su labor al fuego indicando al jorobado que la siguiera.
Tomaron por un pasillo que los llevó hasta una escalera caracol. Descendieron con precaución, alumbrado su camino por una antorcha que portaba el jorobado.
Al llegar, Cornelia rebuscó en uno de sus bolsillos y extrajo una llave de plata. La cerradura oxidada de la pesada puerta de roble, cedió sumisa abriéndose a su ama.
El lugar se iluminó con cientos de velas, que se encendieron en el preciso momento que Cornelia entró. Era su laboratorio.
El aspecto de la muchacha mutó drásticamente. La oruga se transformó en mariposa.
El jorobado nunca terminaba de acostumbrarse a la metamorfosis Cornelia.
La doncella desabrida y sin gracia, refulgía como el más exquisito diamante. Ojos de esmeralda, cabellera de fuego, boca de rubí, toda ella era una canto a los dioses.
Sobre una larga mesa, se destacaba un variopinto instrumental médico: pinzas, bisturís, ganchos separadores, tijeras, punzones, sondas, agujas, hilo para suturar, trépanos cilíndricos, gubias...
En un caldero hervía agua. El jorobado tiró dentro hojas de ruda. El olor fuerte y desagradable protegería a su ama de los espíritus malignos.
Cuando Cornelia comprobó que todo estaba dispuesto para llevar a cabo su cometido, se dirigió hacia un armario. Entró en él; el jorobado, pegado a ella y provisto de una pala.
Salieron a un descampado. Por un sendero sinuoso y envueltos por una densa neblina, alcanzaron el cementerio.
En la tumba de su madre se arrodilló y elevó una plegaria.
Acto seguido ordenó a su fiel sirviente que cavara. Entre los dos sacaron el ataúd de la fosa y arrastrándolo, regresaron al laboratorio.
Con delicadeza depositaron el cadáver sobre la mesa. Cornelia, evitando mirar el rostro desfigurado de su madre, desgarró las ropas dejando visible el abdomen. Con un bisturí cortó la piel apergaminada. Con sapiencia ahondó el corte hasta abrir la cavidad abdominal.
Extrajo el estómago, el bazo y el hígado. Estudió el color de los órganos y los rebanó buscando el contenido insólito. En el estómago halló la respuesta a su intriga: "Cantarella", potente veneno obtenido de la mezcla del arsénico con vísceras de cerdo secas.
Cornelia, regozijada, lo anotó todo en su cuaderno de experimentos. Su grimorio, el "Picatrix", la había adoctrinado en profundidad. En realidad, todos su libros, códices secretos, contribuyeron a hacer de ella una singular y poderosa hechizara.
Su tío Leonardo despertó en ella la curiosidad por la anatomía humana y al igual que él estaba sedienta de conocimientos vedados por la ignorancia y la superstición de la época.
Satisfecha, suturó con celeridad la incisión y nuevamente, con la ayuda del jorobado, colocó el cuerpo dentro del ataúd y con presteza lo devolvieron a su tumba.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, se presentó ante su padre.
_ ¿Tú quién eres y cómo osas irrumpir en mi propiedad? _ protestó malhumorado el conde.
_ Soy Cornelia, tu hija, ¿acaso no me reconoces? _ una sonrisa maliciosa asomó en sus labios.
_ ¿Cornelia? _ la inspeccionó perplejo_ ¡Cornelia!_ reaccionó colérico _ ¿Qué te ha sucedido?
_ A mí, nada. Pero a ti, ¡si te sucederá!
_ Te prohíbo que me hables crípticamente. ¡Sé clara, maldición!_ con rudeza estrelló un puño sobre la mesa.
_ Con alegría te comunico que ha llegado tu turno...
_¿Mi turno?, ¿mi turno de qué? _ vociferó.
_ Tu turno de morir, padre amado. Con mi madre experimenté los efectos de la "Cantarella" y contigo, gracias a tu adicción al brandy, muy pronto sabré como se alteran los órganos con el poder del "cianuro". Necesito conejillos de indias y ¡tú!... eres uno de mis predilectos.
Los bellos ojos esmeraldas cantaron albricias al ver como una corriente de naúseas atacaban al conde.
El jorobado le entregó su cuaderno.
_ Gracias querido._ con gracia angelical se sentó muy cerca de su padre que en ese momento convulsionaba. Tomó una pluma, la mojó en la tinta y comenzó a describir los síntomas que observaba extasiada...naúseas...vómitos...convulsiones...piel fría y húmeda...
_ ¿Qué sientes padre? _ preguntó con tranquilidad.
_ Quema, quema.
_ Quemazón interna...ahogo _ continuó escribiendo.
Finalmente el pobre infeliz falleció de un infarto.
_ Y ahora...al laboratorio _ rió complacida.