miércoles, 19 de julio de 2017

SUBITO CORPUS FRIGIDUM

SÚBITA RIGIDEZ CADAVÉRICA
"Entre tanto, tu cuerpo descansará tranquilamente en su lecho, pues sólo partirá contigo
 tu alma. Para que no crean que tu cuerpo ha muerto, sin embargo, voy a dejar un aliento
 que indicará que estás vivo".

En un convento, alejado de los ruidos y el trajín molesto de las grandes ciudades, un moje reza Maitines.
Está sumamente concentrado, y ese grado de concentración lo vuelve vulnerable a los misterios del espíritu.
De repente comienza a transpirar. El ambiente se vuelve tórrido, a pesar de que afuera nieva.
Alguien lo llama por su nombre, una voz lastimosa, una voz herida.
Anscario de Bremen, hombre recto, pero de corazón duro, levanta la vista del salterio y queda paralizado ante la imagen que lo enfrenta con dolor.
_ ¿Tú? _ pregunta horrorizado el monje.
_ Sí, yo, tu discípulo. Aquél que necesitó de tu ayuda, de tus consejos y se los negaste con frialdad, escandalizado de su tormento_ el joven luce una capa forrada de fuego.
_ Te negaste a corregir tu pecaminosa conducta. Nuestro Señor, alabado sea, no perdona a los sodomitas _ exclamó con arrogancia.
_ ¿Qué sabes tú a cerca de la bondad de Dios? ¡Engreído y orgulloso! Por tu culpa tomé el cuchillo y cercené mi cuello. No estoy en el infierno por sodomita sino por suicida. ¡Y tú fuiste el instigador!_ le grita lanzando sobre el monje su aliento a azufre.
_ ¡Calla!, ¿qué quieres de mí? _ se asusta.
_ Sé que desde mi muerte vives un calvario. Los remordimientos te acechan día y noche. Hoy me presento ante tí para ofrecerte una gracia, la gracia del perdón por tu pusilanimidad y soberbia.
_ ¿Quién te crees qué eres? ¿Un ángel? _ se ríe del descaro de su discípulo que arde en el infierno.
_ Un ángel oscuro, pero ángel al fin. ¿Me escucharás o seguirás revolcándote en tus miserias? _ truena exasperado.
Ante el silencio del monje que lo observa con los ojos desorbitados con continúa:
_ Una mujer solicitará tu ayuda. Sé gentil con ella, sufre como una vez sufrí yo. Si lo haces, Dios perdonará mi culpa y me rescatará del Fuego Eterno y tú acallarás tu conciencia.
_ Nuestro Señor no rescata a los pecadores del Infierno. Las Santas Escrituras dicen...
_ ¡Sandeces! Ningún mortal conoce la bondad y misericordia del Señor. Yo la he experimentado. Hazme caso, abre tus oídos una vez en la vida.
Dicho esto, el ánima desaparece.
Consternado, Anscario, continúa orando. Algo ha cambiado, su alma atribulada parece reposar.
Pasan los días hasta que una tarde de primavera el Abad solicita la presencia de Anscario en el locutorio.
Una mujer lo espera. Sus ojeras violáceas y un rictus de amargura dibujado en el rostro, lo impresionan.
Al verlo, la mujer se arrodilla ante él y le besa la mano. El monje desconcertado por semejante actitud, la ayuda a levantarse. Toman asiento uno junto al otro. Ella lo mira a los ojos y comienza su narración:
" Mi marido es marino. Hace seis meses partió hacia Londres y desde entonces no sé nada de él. Ningún mensaje, ninguna carta. Temo lo peor. Estoy desesperada, nuestros niños piden por él y a mí se me acabaron los argumentos para consolarlos.
¡Padre!, sus dones son bien conocidos por todos. En la ciudad se murmura que usted tiene visiones, que habla con los muertos, que posee el don profético. Ya no tengo a quién recurrir. Usted es mi última esperanza, ¡Ayúdeme padre!, se lo suplico."
El monje la escucha con paciencia, sin alterarse como era su costumbre cuando venían a pedirle favores, tanto místicos como mundanos.
Cuando la mujer calla, él la toma de las manos y la invita a esperar. La mujer accede con una sonrisa de gratitud y él se refugia en su celda.Se recuesta en el catre, cierra los ojos y luego de unos segundos, el alma se desprende de su cuerpo.
Llega la noche y la mujer, inquieta por la espera, comienza a recorrer los estrechos y solitarios pasillos del convento. Los monjes están reunidos en la capilla celebrando la Eucaristía. Una lúgubre escalera la conduce hasta las celdas. Con curiosidad lo busca asomándose por las ventanillas de cada puerta. Finalmente da con él. Está recostado en un catre. Con paso lento se acerca al monje y ahoga un grito. Parece muerto: el cuerpo rígido, los ojos vidriosos y los labios lívidos. Asustada regresa al locutorio y cuando decide irse, la presencia repentina de Anscario la detiene.
"Su marido está bien. Desperfectos en la maquinaria del barco impidieron su retorno en el tiempo acordado. Le escribió dos cartas, pero seguramente se han extraviado. El la extraña y está muy preocupado, ansía estar a su lado muy pronto. Le aseguro, dentro de una semana lo tendrá con usted".
Efectivamente, una semana después de la entrevista, el marido regresa y confirma lo dicho por el monje.
La mujer, feliz, vuelve al convento con su marido para agradecer a Anscario su vaticinio. El marido al reconocer al monje, palidece y no articula palabra alguna durante todo el encuentro.
Ya de regreso en su hogar, el hombre le cuenta a su esposa haber visto a aquel monje una semana atrás en un café de Londres.
"Se me acercó y con amabilidad me dijo que tú estabas alarmada por mi tardanza. Me resultó extraño, sin embargo, le conté las causas del retraso y que te había escrito dos cartas de las que no recibí respuesta. Además le añadí que en el término de una semana regresaría. Entonces, el monje se perdió entre la multitud".


domingo, 16 de julio de 2017

EL MONTE DE LAS ANIMAS

 De Gustavo A. Bécquer

Edad Media, Monte de las Animas, Soria
Cuenta una leyenda que el Monte de las Animas pertenecía a los Templarios y que cuando los árabes fueron expulsados de Soria, el Rey les ordenó defender la ciudad, debiendo para ésto abandonar su lugar de reclusión. Esta decisión ofendió a los nobles de Castilla creando hostilidad entre ellos y el monarca.
Se inició entonces una espantosa batalla hasta que el Rey finalizó la contienda: el monte fue abandonado y en la capilla de los Templarios fueron enterrados los cuerpos de los religiosos y de los nobles sorianos.. Desde entonces, cuando llega "la noche de los difuntos", las ánimas de los muertos corren junto a los animales del bosque acechando a todo ser viviente. Por esa razón, ningún hombre o mujer en sus sanos cabales se arriesga a deambular en el bosque por temor a perder su vida.
El "día de todos los Santos", un día antes de la terrible fecha, un grupo de cazadores inician su camino adentrándose en el bosque. Entre ellos se encuentran Beatriz y Alonso, hijos de los Condes de Borges y Alcudiel.
Esa noche, luego de una exitosa cacería, la comitiva se reúne en corro alrededor de un gran fogón. La conversación es ágil y amena, sin embargo la joven pareja permanece aislada del bullicio contemplándose en silencio.
Alonso ama a Beatriz, su prima y decide confesárselo en esa noche especial.
_ Pronto nos separaremos. Cada uno regresará a su condado y por un largo tiempo no volveremos a vernos _ dice con voz lastimosa_ Por eso, para que me tengas siempre presente en tus pensamientos y en tu corazón te suplico aceptes esta joya.
_ Es bellísima, pero no puedo aceptarla Alonso _ Beatriz sorprendida, se niega; aceptar el presente significa un compromiso.
_ Acéptala, te lo ruego. Hoy celebramos el "Día de todos los Santos" y es una tradición intercambiar regalos _ el joven buscó un argumento adecuado para convencerla.
Ella, con una sonrisa, aceptó el obsequio.
_ Ahora tú debes darme un objeto que aprecies _ expresa anhelante.
Beatriz piensa un instante y por fin se decide. Ella es fría, aunque hermosa y de hechiceros ojos azules. Trata con desdén a su primo, se cree superior a él.
_ Hoy en el bosque durante la cacería extravié mi pañuelo azul. Encuéntralo y será tuyo.
Al muchacho se le congela la sangre al escuchar el deseo de su prima. El sería capaz de enfrentarse a una manada de lobos con tal de obtener una prenda de su amor, pero internarse en el bosque justo en esa fecha no le agrada en absoluto. El conoce la leyenda del monte de las Animas y no desea toparse con algún cadáver viviente sediento de venganza. Beatriz también la conoce, pero no le importa. Desafía a Alonso, lo pone a prueba.
Alonso, con un nudo en el estómago, accede a la propuesta de la joven. Monta en su caballo y desaparece en la oscuridad.
Las horas pasan y Beatriz no pudiendo conciliar el sueño, asustada y con remordimientos, comienza a rezar invocando a los santos protección para su intrépido primo. Al amanecer escucha las campanas de la ciudad de Soria y se levanta con premura. Debe constatar que Alonso esté sano y salvo esperándola en el salón con los demás.
De repente se queda paralizada. Sobre su mesita de noche ve el pañuelo azul roto y ensangrentado.
Cuando una de las sirvientas entra en la alcoba de Beatriz para comunicarle que Alonso ha muerto asesinado por lobos en el bosque, la encuentra inmóvil y con los ojos desorbitados. Está muerta.
Cuentan que luego de este suceso, otro cazador que intentó burlar la leyenda de las Animas penetrando en el bosque maldito perdió la vida, pero antes de morir pudo narrar que vio a los amenazantes esqueletos de los antiguos Templarios y a una bella mujer que con los pies ensangrentados daba vueltas en torno a la tumba de Alonso.


OJOS DE GATO

"Los hombres y mujeres deambulan como si estuviesen locos y dejaban que su ganado se perdiese porque ya nadie quería preocuparse por el futuro.
El padre abandona al hijo, la mujer al marido, un hermano al otro, porque esta plaga parecía comunicarse con el aliento y la vista...Y así morían. Y no se podía encontrar a nadie que enterrase a los muertos ni por amistad ni por dinero."  ( Agnolo di Tura, testigo de la época ).


París, verano de 1350
El Marqués Bertrand Ponthie se paseaba nervioso por el gran salón de armas. Por las pequeñas ventanas entraba una brisa cálida que lo exacerbaba aún más. Esperaba con impaciencia la llegada de su dama, la bella Florentine.
El padre de la joven había muerto víctima de la peste negra y él, desesperado, la mandó buscar.
Un paje, larguirucho y tartamudo, le comunicó el arribo de la comitiva.
Con ansiedad corrió hacia el puente levadizo. La vio de lejos, bajando del carruaje, soberbia, de una elegancia exquisita. ¡Cuánto la amaba!.
Sus miradas se cruzaron comunicando una vorágine de sentimientos: amor, miedo, desolación, deseo, esperanza...
Él apuró el paso y la abrazó haciendo caso omiso de las miradas licenciosas de los pocos soldados que seguían con vida.
Con ella del brazo, se dirigieron a la torre de homenaje.
Una vez solos, Florentine se desarmó en llanto.
_ Mi padre, mi pobre padre. Ni enterrarlo pude.
_ Ahora me tienes a mí, yo te protegeré _ le aseguró Bertrand abrazándola.
De la mano, la acompañó hasta la alcoba. Al cerrar la puerta la joven percibió una presencia extraña, misteriosa que le heló la sangre.
"Son mis nervios", trató de tranquilizarse. Se acercó a la ventana, corrió la pesada cortina para permitir que entrara un poco de aire fresco. Imposible, el calor era abrumador. Se recostó e intentó dormir, pero la pesadilla la perseguía.
Cadáveres y más cadáveres, unos encima de otros, pudriéndose en una gran fosa apenas tapada por unas paladas de tierra. ¡Cuántos amigos, cuántos seres queridos arrebatados por la cruel plaga!
Se despertó alarmada. Algo o alguien la observaba desde un rincón oscuro. De repente "ese algo", de un salto, se sentó sobre la cama. Florentine gritó asustada. Un gato de lustroso pelaje azabache, la miraba fijamente, como estudiándola; luego, así como llegó, desapareció.
No volvió a ver al gato hasta la cena.
Bertrand la esperaba al pie de la escalera espiral. Con sorpresa notó que cargaba el gato negro que tanto la había inquietado.

_ Veo que ya se conocen _ dijo el Marqués al percibir la reacción de su dama.
_ Esta mañana me dio la bienvenida en mi recámara. Te confieso que me asustó.
_ ¿Asustar Minouche?, pero si es una dulzura, es mi fiel compañera _ le aclaró con amabilidad _ Minouche, ella es Florentine, mi futura esposa. Minouche es adorable, aunque debo reconocer, un poco caprichosa y celosa. Y ahora que fueron hecha las presentaciones...¡a comer! _ dijo divertido.
El servicio doméstico era reducido, la muerte negra arrasaba especialmente entre los más humildes.
La cocinera, callada y ojerosa, sirvió los diferentes platos.
Bebieron un vino tinto de buen cuerpo. Florentine experimentó un ligero cosquilleo en la punta de la lengua que la hizo suspirar. Hacía bastante que no disfrutaba de un buen vino. "Quizás esta deliciosa bebida me relaje, la presencia de esa maldita gata me exaspera", pensó con los nervios crispados.
La voz ronca y sensual de Bertrand la sacó de sus cavilaciones.
_ La próxima semana llegará desde Avignon el sacerdote que nos casará. ¿Te hace feliz la noticia? _ preguntó ilusionado.
_ Mucho, estoy muy...
Se interrumpió cuando la gata saltó intempestivamente sobre el regazo del Marqués.
Desconcertada, observó como el felino se frotaba melosa contra el pecho del hombre. Un ronroneo, sordo y continuo, invadió la atmósfera, un ronroneo de placer.
Florentine sintió que la mirada filosa de la gata la atravesaba como una espada.
"Parece una mujer celosa", la ridícula idea penetró en su corazón. No la desechó.
_ Bertrand,  ¿cómo es que tienes un gato? La Santa Inquisición ordenó quemar a todos en la hoguera por estar endemoniados.
Como si la afirmación de Florentine fuese un ataque para ella, Minouche brincó del regazo del Marqués a la falda de la joven, maullando salvajemente y desgarrando la seda con sus uñas. Florentine, pasmada ante la agresión, gritó espantada. Bertrand se apresuró a auxiliarla calmando a su gata.
_ No entiendo que le sucede, ella siempre es dulce y amistosa. Es mejor que nos retiremos a descansar, hoy ha sido un dí de muchas emociones _ y con un apasionado beso se desearon las buenas noches.
La gata no perdió detalle de lo que ocurría y con sigilo se escabulló del salón.
En su alcoba, Florentine respiró seguridad. El miedo acuciante que se apoderó de ella desde su llegada al castillo, lo relacionaba con la presencia enigmática de la gata.
Un golpe suave en la puerta le anunció la presencia de la doncella que la ayudaría a desembarazarse del bendito corset que la ceñía sobremanera.
_ Esta noche habrá tormenta _ dijo categórica la sirvienta.
_ ¿Cómo lo sabes? La noche está estrellada._ le dijo señalando la ventana abierta.
_ Lloverá, lo ha dicho Minouche.
_ ¡Como es eso! _ se alarmó. "Aquí pasa algo raro", pensó inquieta, atemorizada.
_ Hace un momento le vi pasar una de sus patas sobre la oreja derecha y eso es señal de lluvia. Sus pronósticos nunca fallan.

_ ¿Cómo se salvó Minouche de la hoguera? El dictámen de la Inquisición fue estricto.
_ El amo, al conocer la orden, envió a Minouche a Fontainbleu, a una propiedad que posee en medio del campo, lejos del pueblo. Al poco tiempo, no sabemos cómo, la gata reapareció entre nosotros. Flaca y sucia, pero cuando el Marqués la llamó por su nombre, sus ojos se iluminaron  Como el peligro de ser quemada había pasado, Minouche volvió a ocupar su sitio de privilegio en el castillo para alegría del amo. Aunque, claro, el Marqués prefiere mantenerla oculta en presencia de extraños.
_ ¿Quieres a Minouche, verdad? - tanteó.
_ Le temo, señorita. Mi abuela me contó que los ojos del gato representan las puertas del infierno. Si me permite un consejo, señorita, esté atenta. A Minouche no le agrada su presencia en el castillo.
_ ¿Por qué lo dices? _ Florentine estaba atónita, pero le creía.
_ Minouche no acostumbra trepar y acurrucarse en las camas, prefiere su almohadón que tiene cerca del sillón del amo. Sin embargo esta tarde, mientras usted recorría el jardín, sorprendí a Minouche en su cama.
_ ¿Y eso que significa? _ tembló.
_ Que su muerte se aproxima. Cada vez que sube a la cama de alguien, esa persona muere. Ya sucedió...tenga cuidado señorita.
La furia de un trueno las sorprendió. Se miraron atemorizadas. La lluvia intensa y repentina confirmó la premonición de Minouche. Esa verdad desató el caos en el espíritu desfalleciente de Florentine. "Mañana mismo huiré de este siniestro lugar", se juró.
Antes de marcharse, la doncella le repitió:
_ Vigile, señorita, vigile _ susurró enigmática.
Sin poder conciliar el sueño, bajo la luz de una vela, comenzó a leer el Apocalipsis de San Juan. Lejos de serenarla, la lectura la perturbó aún más. Una oración brotó de su boca, una oración pidiendo protección.
La tormenta arreciaba en el exterior, pero también en su alma.

Un ruido constante, parecido a un rasguido contra la madera, despertó su curiosidad.
Tomó el candil y salió de la habitación. Miró hacia ambos lados del largo corredor apenas iluminado por una antorcha. Nada.
Agudizó el oído, el molesto ruido continuaba. Decidió bajar la escalera. Lo hizo con prudencia. Descendió uno a uno los escalones. Llegó a la mitad, cuando divisó una llama titilante en el salón. Apuró el paso.
"Seguramente es Bertrand, le confiaré mi temor. En él puedo,debo confiar. Debemos deshacernos de esa perversa gata".
Ese pensamiento la distrajo. Apoyó mal el pie y tropezó con algo. Cayó con brusquedad golpeándose la nuca en el filo del último escalón. Murió al instante.
El escollo que ocasionó la desgracia se desperezó grácilmente. Con agilidad bajó el último tramo de la escalera, pasando con indiferencia sobre el cadáver de Florentine.
Siguió su camino hasta la biblioteca. Allí estaba Bertrand. Se había quedado dormido estudiando los documentos para la boda. Minouche pasó a su lado acariciándole las piernas con su cola , larga y sinuosa.
Luego se acomodó en su almohadón de terciopelo bermellón y comenzó a ronronear.

viernes, 7 de julio de 2017

ESCUCHA MI RUEGO

Alanna rió con tristeza. Hacía mucho tiempo que la esperanza la había abandonado. ¿Cuántos años habían pasado desde que Asmodeo irrumpió en su vida apropiándose de su alma? Asmodeo, el demonio. Asmodeo, su tortura.
Una mañana  la vio tomando un baño a orillas del río Tyne. Su desnudez lo atrajo, lo enloqueció. A partir de ese momento, ningún hombre se atrevió poner sus manos sobre la sedosa piel de Alanna, ni besar sus labios  de rosa. A partir de ese momento, fue de su propiedad y sólo él la disfrutó.
Una parte de Alanna sufría por este ataque sexual, pero aunque avergonzada, no podía negar que también lo gozaba. Ese demonio la enardecía hasta el delirio.
Pensó en quitarse la vida; nada la ataba a este mundo...su padre la despreciaba, los sirvientes murmuraban y la trataban con desdén. Sólo en su madre hallaba comprensión, y por ella no bebió la mezcla de cicuta y arsénico que escondía en el fondo de su joyero. 
Todas las noches, antes de dormir, una misma oración brotaba de sus labios:
"Dana, Señora Protectora, elevo mi rostro y mis ojos hacia tí. Líbrame de Asmodeo, líbrame de este tormento que me consume como fuego fatuo. Compadécete de tu miserable sierva"
Y ahora Kilian, el apuesto amigo de su primo, prometiéndole la liberación. "¿Si fuera esto posible?", anheló; quizás la diosa había escuchado su persistente súplica.
Tres días atrás, Kilian se presentó ante el padre de la muchacha con una petición de matrimonio. El anciano, asombrado, le advirtió del peligro que su pedido encerraba.
"Seis veces Alanna fue tomada en matrimonio, y seis veces su esposo murió antes de consumarse la boda. Un espíritu maligno visita su alcoba y se hunde en su carne, mancillándola. El no permite que ningún hombre se acerque a ella, los asesina. Alanna es anatema".
Sin embargo, el joven insistió:
"Amo a su hija y estoy dispuesto a enfrentar a ese demonio. Un sacerdote druida me ha aconsejado sabiamente. Sé como proceder. Confíe en mí ".
Esa misma noche, Kilian obedeciendo las instrucciones del sacerdote,  se dirigió al río Tyne con la intención de atrapar un pez. Lo hizo sin dificultad, luego le quitó el hígado y el corazón y los guardó en su morral.
Ahora, sólo debía aguardar.
Los días se sucedieron con rapidez y finalmente el momento esperado por todos llegó.
Muy de madrugada, el padre de Alanna envió a sus sirvientes a cavar una fosa en un lugar escondido de su extenso jardín. Allí enterrarían a Kilian.
Alanna, aunque demacrada y tensa, albergaba en su corazón la ilusión de derrotar a Asmodeo. Kilian le infundía fuerza y esperanza.
La ceremonia fue breve y el festejo posterior, deprimente. Todos los invitados presentían el desenlace.
Alanna se despidió de sus padres y se dirigió a su habitación. Kilian la siguió. Allí, encerrados, se miraron en silencio y el tiempo se detuvo en sus miradas volviéndose eterno.
"Confía en mí", Alanna lo escuchó decir. Había tanta ternura en su súplica que acortando la distancia entre ambos, lo abrazó buscando un refugio seguro.
"Alanna, debo colocar esto sobre el brasero de los perfumes", le dijo mientras sacaba de su morral el hígado y el corazón del pez. "Su olor se extenderá y cuando Asmodeo lo huela huirá inmediatamente. ¿Tú me amas Alanna? ¿Deseas realmente librarte del acoso de Asmodeo?".
Alanna se alarmó ante la pregunta.
"Mi mayor anhelo es terminar con este martirio".
"Me alegro, porque para que este conjuro sea efectivo debes repudiar al demonio en tu carne, en tu mente y en tu corazón", afirmó con firmeza.
Una duda atravesó el alma de Alanna arrebatándole la poca paz que había conseguido.
"Recemos a Morrigan, la Reina de los Fantasmas, ella nos cubrirá con su manto protector y gracias al poderoso sortilegio del pez, pisará la cabeza del cruel Asmodeo", invitó Alanna a Kilian mientras se tendían en la cama uno junto al otro.
Asmodeo no tardó en llegar. El aroma que invadía la habitación atacó sus sentidos, pero antes de huir clamó desesperado:
"Esus, dios de la noche, temible guerrero, no permitas que este humano egoísta y soberbio se apodere de mi mujer.  Yo, Asmodeo, la reclamo por toda la eternidad. Escucha mi ruego, te lo imploro".
Esus hurgó en el corazón de los amantes y dio su veredicto.
Grande fue el alivio a la mañana siguiente cuando se comprobó que Killian continuaba con vida. Y grande fue la felicidad de los padres de Alanna al ver a su hija radiante.
"Tus ojos han cambiado de color", se sorprendió Alanna al mirar con detenimiento a su marido
"El inmenso amor que te prodigo es el que ha obrado el milagro", bromeó.
Se besaron y la inquietante incógnita quedó en el olvido.
Esus, el dios omnipresente, sonrió con ironía al presenciar la escena.
Alanna, sin saberlo, hizo su elección. Prefirió a Asmodeo, lo gritó su corazón y su sangre.
El alma de Kilian quedó rezagada en la oscuridad mientras el demonio se apropiaba de su cuerpo.
"Gracias Padre Esus por escuchar mi ruego", exclamó satisfecho Asmodeo.