jueves, 7 de abril de 2016

AUTOPSIA

La noche como un manto negro, descendió sobre el silencioso castillo. Unas pocas velas encendidas atestiguaban la presencia de tres personas, oscuras y misteriosas.
Reunidos alrededor del calor que emanaba de la enorme chimenea, cada uno de ellos estaba ensimismado en sus pensamientos.
El conde, delgado y de piel cetrina, simulaba leer el periódico del día.
Su hija Cornelia, de figura insulsa, y blanco de las burlas de todos los jóvenes del condado, bordaba a desgano.
Y el jorobado, un huérfano que vivía en el castillo gracias a la generosidad de Cornelia, servía un té de menta a ella y un brandy al conde.
Cornelia odiaba a su padre, siempre indiferente a sus miedos y angustias; siempre violento con su madre. "Hoy será", pensaba entre puntada y puntada.
La medianoche fue anunciada por la última campanada del reloj de pie.
El conde, con voz gélida, dio las buenas noches y con paso cansino se retiró a su habitación. Desde la muerte de su esposa, hacía ya una semana, se mantenía distante y abstraído.
_ Es hora _ Cornelia arrojó con furia su labor al fuego indicando al jorobado que la siguiera.
Tomaron por un pasillo que los llevó hasta una escalera caracol. Descendieron con precaución, alumbrado su camino por una antorcha que portaba el jorobado.
Al llegar, Cornelia rebuscó en uno de sus bolsillos y extrajo una llave de plata. La cerradura oxidada de la pesada puerta de roble, cedió sumisa abriéndose a su ama.
El lugar se iluminó con cientos de velas, que se encendieron en el preciso momento que Cornelia entró. Era su laboratorio.
El aspecto de la muchacha mutó drásticamente. La oruga se transformó en mariposa.
El jorobado nunca terminaba de acostumbrarse a la metamorfosis Cornelia.
La doncella desabrida y sin gracia, refulgía como el más exquisito diamante. Ojos de esmeralda, cabellera de fuego, boca de rubí, toda ella era una canto a los dioses.
Sobre una larga mesa, se destacaba un variopinto instrumental médico: pinzas, bisturís, ganchos separadores, tijeras, punzones, sondas, agujas, hilo para suturar, trépanos cilíndricos, gubias...
En un caldero hervía agua. El jorobado tiró dentro hojas de ruda. El olor fuerte y desagradable protegería a su ama de los espíritus malignos.
Cuando Cornelia comprobó que todo estaba dispuesto para llevar a cabo su cometido, se dirigió hacia un armario. Entró en él; el jorobado, pegado a ella y provisto de una pala.
Salieron a un descampado. Por un sendero sinuoso y envueltos por una densa neblina, alcanzaron el cementerio.
En la tumba de su madre se arrodilló y elevó una plegaria.
Acto seguido ordenó a su fiel sirviente que cavara. Entre los dos sacaron el ataúd de la fosa y arrastrándolo, regresaron al laboratorio.
Con delicadeza depositaron el cadáver sobre la mesa. Cornelia, evitando mirar el rostro desfigurado de su madre, desgarró las ropas dejando visible el abdomen. Con un bisturí cortó la piel apergaminada. Con sapiencia ahondó el corte hasta abrir la cavidad abdominal.
Extrajo el estómago, el bazo y el hígado. Estudió el color de los órganos y los rebanó buscando el contenido insólito. En el estómago halló la respuesta a su intriga: "Cantarella", potente veneno obtenido de la mezcla del arsénico con vísceras de cerdo secas.
Cornelia, regozijada, lo anotó todo en su cuaderno de experimentos. Su grimorio, el "Picatrix", la había adoctrinado en profundidad. En realidad, todos su libros, códices secretos, contribuyeron a hacer de ella una singular y poderosa hechizara.
Su tío Leonardo despertó en ella la curiosidad por la anatomía humana y al igual que él estaba sedienta de conocimientos vedados por la ignorancia y la superstición de la época.
Satisfecha, suturó con celeridad la incisión y nuevamente, con la ayuda del jorobado, colocó el cuerpo dentro del ataúd y con presteza lo devolvieron a su tumba.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, se presentó ante su padre.
_ ¿Tú quién eres y cómo osas irrumpir en mi propiedad? _ protestó malhumorado el conde.
_ Soy Cornelia, tu hija, ¿acaso no me reconoces? _ una sonrisa maliciosa asomó en sus labios.
_ ¿Cornelia? _ la inspeccionó perplejo_ ¡Cornelia!_ reaccionó colérico _ ¿Qué te ha sucedido?
_ A mí, nada. Pero a ti, ¡si te sucederá!
_ Te prohíbo que me hables crípticamente. ¡Sé clara, maldición!_ con rudeza estrelló un puño sobre la mesa.
_ Con alegría te comunico que ha llegado tu turno...
_¿Mi turno?, ¿mi turno de qué? _ vociferó.
_ Tu turno de morir, padre amado. Con mi madre experimenté los efectos de la "Cantarella" y contigo, gracias a tu adicción al brandy, muy pronto sabré como se alteran los órganos con el poder del "cianuro". Necesito conejillos de indias y ¡tú!... eres uno de mis predilectos.
Los bellos ojos esmeraldas cantaron albricias al ver como una corriente de naúseas atacaban al conde.
El jorobado le entregó su cuaderno.
_ Gracias querido._ con gracia angelical se sentó muy cerca de su padre que en ese momento convulsionaba. Tomó una pluma, la mojó en la tinta y comenzó a describir los síntomas que observaba extasiada...naúseas...vómitos...convulsiones...piel fría y húmeda...
_ ¿Qué sientes padre? _ preguntó con tranquilidad.
_ Quema, quema.
_ Quemazón interna...ahogo _ continuó escribiendo.
Finalmente el pobre infeliz falleció de un infarto.
_ Y ahora...al laboratorio _ rió complacida.



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