viernes, 26 de mayo de 2017

LAS PUERTAS DEL AVERNO ( PARTE III )


A la mañana siguiente de hallar el preciado Códice, Adela, después de laudes, ordenó a la obidenciaria, la monja encargada de los asuntos diarios, que trajera ante su presencia a las dos novicias nuevas.
Las estudió concienzudamente. Ambas eran bonitas y muy jóvenes. Una pertenecía a la aristocracia, la otra era una campesina huérfana.
Despidió a la hija del Marqués de Bamberg y comenzó a interrogar a la hija de labriegos.
"Sola, ningún familiar, una recogida, aceptada gracias a nuestra bondad. Nadie preguntará por ella cuando desaparezca. Excelente", festejó.
-- Querida, te he elegido para una misión importante -- dijo con solemnidad
-- ¿A mí? -- la joven se sorprendió.
-- Si, a ti -- repitió mirándola fijamente.
-- ¿Para qué me necesita Abadesa? -- preguntó halagada. 
-- Hoy, a la medianoche, debes ir al jardín y arrodillarte frente al árbol de flores blancas.
-- ¿El árbol maldito? -- se asustó.
-- Precisamente. Lleva tu libro de oraciones y reza hasta el amanecer, de esa manera someteremos sus influjos malignos. Si lo haces, te prometo que recibirás el velo de manos del Obispo Odon de Cluny el año entrante.
-- ¿Yo?, una pobre campesina. Madre abadesa, no soy digna de tan gran honor -- expresó con humildad.
-- Lo serás. Esa es mi decisión -- determinó con voz grave.
-- Pero Abadesa, no he ofrecido dote al convento -- insistió vacilante.
-- Lo sé y lo pasaré por alto si realizas esta sublime misión. Los ángeles te han elegido -- la aduló.
La inocente novicia no salía de su asombro. Luego de haber vivido tantas desgracias, ahora una bendición.
Esa noche, con la luna llena de testigo, se postró  cándida y virginal, delante del árbol y rezó con devoción.
Mientras tanto Adela, para aplacar la incertidumbre, leía a Tertuliano, un Padre de la Iglesia:
"¿No sabes acaso que eres Eva?...Eres la puerta de entrada del demonio...Con que facilidad destruiste al hombre, imagen de Dios. Por la muerte que nos infligiste hasta el Hijo de Dios tuvo que morir".
-- ¡Imbécil! -- gritó furiosa arrojando el libro contra la pared -- ¡Hombres hipócritas, siempre denigrando a la mujer! ¡Malditos sean todos, junto al mismísimo Dios y a su santo Hijo, también! -- blasfemó-- Pero una cosa es cierta, Yo soy la Puerta del Averno y ante mí se postraran contritos los monarcas de las naciones. El poder y el conocimiento del bien y del mal de ahora en más me pertenecen.
Ansiosa se asomó a la ventana de su despacho que daba al jardín. Deslumbrada, contempló la escena.
La novicia rezaba impávida, como narcotizada. Cuando dos de las ramas se movieron con lentitud y le rodearon el cuello, ella permaneció imperturbable. Las espinas se clavaron con avidez en la nívea piel de la joven y poco a poco, extrajeron toda la sangre que el desamparado cuerpo ofrecía generoso.
El cadáver quedó laxo en el césped. Segundos después se evaporizó.
-- Un problema menos -- pensó con el alma aligerada por verse liberada de ocultar los despojos de la novicia.
Corrió al jardín. Buscó ansiosa la flor roja. Allí estaba, resplandeciente en el centro de un ramillete de flores blancas. La arrancó con reverencia.
Regresó a su despacho y calentó agua en un hornillo. Con esmero preparó la infusión con los pétalos rojos. Aspiró su aroma, excelso. Luego lo bebió lentamente. El gusto almibarado de la infusión se impregnó en su boca, embriagando sus sentidos. 
Las monjas seguían durmiendo. Pronto se despertarían para rezar Maitines.
Al instante, se sintió distinta, plena, poderosa.
Una sonrisa comenzó a nacer en sus labios hasta convertirse en una carcajada surgida desde sus entrañas.
Buscó el espejo que llevaba escondido en el bolsillo del hábito. "Otra estúpida prohibición", bufó indignada.
Satisfecha, besó su imagen. "Aún más bella de lo que siempre fui y así seré eternamente. Bella, joven, sagaz. ante mí se arrodillarán reyes, cardenales y hasta el mismísimo Papa. Sólo debo alimentar una vez al año con sangre fresca al Árbol de la Vida. Y eso para mí, será un placer".

miércoles, 24 de mayo de 2017

LAS PUERTAS DEL AVERNO ( PARTE II )

Monasterio de Saaburg


El día que Adela arribó al convento se sintió inmediatamente atraída por un frondoso árbol de oscuro follaje y flores blancas. Reinaba gallardo en el jardín que con esmero cuidaban las monjas. Se detuvo frente a él y observó sorprendida la gran cantidad de espinas que poseían sus ramas. De repente le acometió un mareo. Unas extrañas palabras resonaron en su mente y en su corazón: "Soy tuyo y tú eres mía".
-- ¿Te encuentras bien? -- una monja, asustada por verla trastabillar, acudió en su auxilio.
-- Es la emoción por entregar mi vida al Señor -- mintió alterada y subyugada a la vez por la visión que acabab de experimentar.  
-- ¡Que belleza! -- agregó refiriéndose al misterioso árbol.
-- No te guíes por las apariencias. Este árbol es demoníaco -- respondió la monja santiguándose.
-- ¿Demoníaco? -- preguntó perpleja.
-- Hace algunos años un vampiro asolaba este condado asesinando niños, era tal su voracidad que los dejaba secos como pasas de uva. Un grupo de soldados, soldados de tu padre, le atravesaron el corazón mientras dormía con una estaca de madera. Cuando suponíamos que nos habíamos librado del peligro, de su tumba nació un árbol, brote de la estaca que le dio muerte. Entonces, los aldeanos lo trasplantaron en este santo lugar, donde nuestras oraciones son sus férreas guardianas -- concluyó la monja.
La joven estiró el brazo y posó su mano sobre el tronco rugoso. Se sorprendió.
-- ¿Ha notado lo caliente que es al tacto? Incluso si hace mucho frío o cae nieve. Es como si se tratase de un cuerpo humano, de carne cálida, de vísceras palpitantes -- expresó la monja en un susurro.
Adela quedó pasmada por el relato. En su mente, el rompecabezas que había iniciado su abuela comenzaba a tener sentido. Ello lo completaría.
La declaración de amor que el árbol le obsequió la acompañó hasta el interior del convento y jamás la abandonó. "Soy tuyo y tú eres mía". 
Los años pasaron vertiginosamente. Perspicaz, de ingenio agudo y penetrante, fueron las cualidades que la distinguieron  a Adela y la ayudaron en su escalada por obtener el título de abadesa y con el título, el poder.
Todas las mañanas se paseaba por el jardín, sin importar el frío, el calor, la lluvia o la nieve. Ella siempre acudía al encuentro del árbol.
El árbol la llamaba y ella respondía presurosa. Permanecía parada frente a él como en éxtasis. El árbol le proclamaba su pasión y ella la aceptaba emocionada.
Recordando el consejo de su abuela de ser paciente, esperó el momento adecuado para registrar las catacumbas en busca del documento que celosamente guardaba la orden cisterciense y que ella codiciaba.
Una tórrida noche de verano marcó el momento oportuno. Aprovechó el descanso nocturno de la monja bibliotecaria para internarse en las oscuras y húmedas criptas. Nadie en la congregación debía enterarse de su propósito. La llama titilante de una vela le iluminó pobremente el trayecto.
En el exterior, azotaba una feroz tormenta. Los relámpagos empalidecían el firmamento y el sonido de los truenos poseían la capacidad de despertar a los muertos.
Adela se mantenía serena. Se movía con paso seguro por los sinuosos corredores. De tanto en tanto se detenía para sacudirse las telas de araña, que insolentes se pegaban en su velo. Las ratas, siempre alertas al peligro, se apartaban respetuosas de su camino.
Al toparse con el sector que preservaba los pergaminos más selectos, rió satisfecha.
Sin sobresaltarse por los truenos que aullaban desquiciados, comenzó una metódica búsqueda.
El polvo que se levantaba al remover los papeles, la hacía toser.
Se detuvo de repente. Otra vez aquella voz penetrante, musical, dulce como el almíbar, volvía a llamarla."Adela te necesito, la sed me agobia. Encuentra el códice. Será mi salvación y la fuente de tu más profundo deseo".
Sintió un delicioso cosquilleo en todo el cuerpo. Esa voz la excitaba, la embriagaba.
Sorprendida vio como una fuerza guiaba su mano hasta uno de los estantes superiores. Hurgó con cuidado hasta que dentro de un un cofre de plata repujada halló lo que buscaba: el Códice Calixtinus.
Con suma precaución lo llevó hasta su celda. Allí, más tranquila, comenzó a leer en latín sin dificultad. El texto estaba escrito en caracteres de gran tamaño sobre un fondo coloreado.
Encendió otra vela para ver con mayor claridad.
"Al árbol sediento, propiedad del Leviatán, darás de beber sangre fresca de virgen
que por tronco y ramas deberá correr cual líquido vital.
Entonces en su blancura, una gota de esa exquisita sangre hallarás.
Con ella una infusión prepararás
un excelso brebaje que la juventud eterna te dará 
si lo tomas con asiduidad y una inteligencia suprema que ningún hombre podrá rebatir".
"¡Ay Oma!, esta es la clave de tu secreto. He resuelto el acertijo. Gracias por este inesperado regalo. Joven y sabia por siempre".
Esa noche no durmió, estaba feliz y agitada por el descubrimiento. Ingeniosa, urdió un plan taimado para cristalizar el sortilegio.

martes, 23 de mayo de 2017

LAS PUERTAS DEL AVERNO ( PARTE I )

Saaburg, Alemania. Año 1386.


La niña, con temeraria curiosidad, escucha tras la puerta de la alcoba de sus padre. Sabe que no debe oír las conversaciones de los mayores, pero tal norma le parece arbitraria y despótica. A pesar de sus doce años, ya posee una personalidad fuerte y rebelde.
Aguza el oído, su padre, el Conde, habla exaltado. Su madre está en silencio. "Ella, siempre contrita.¡Que pusilánime es!", piensa con desprecio.
Odia las normas de sumisión y respeto que las mujeres le deben a los hombres. Ella nunca se casará. Será dueña de su propio destino, jamás inclinará la cabeza ante los deseos de los hombres.
La niña escucha decir a su padre:
--Por fin le hemos dado caza. Su infernal ataque ha concluido. Mis leales soldados han dado con su guarida y con extrema valentía le atravesaron el corazón al vampiro con una estaca de madera como impone la tradición.

La expresión "vampiro" la sobresalta. Siente que su corazón se acelera.
--¡Adela!, ¿qué haces? ¿Espiando otra vez? -- su abuela se escandaliza. La toma del brazo y se la lleva a sus aposentos.
-- Oma (abuela), no me empujes -- se queja ofendida.
-- No protestes, siéntate a mi lado y cuéntame que escuchabas con tanto interés -- ambas se acomodan en la amplia cama con dosel.
-- No te lo diré-- se encapricha.
-- Si me lo cuentas, yo compartiré contigo un secreto que me pertenece y que he heredado de mi madre y ella, de su madre -- la mira sonriendo. Sabe que los secretos son la debilidad de su nieta.
Ante semejante promesa Adela no se hace rogar.
-- ¿Te has enterado del vampiro que asolaba la comarca? -- susurra en tono cómplice.
-- Si, ¿acaso lo han cazado? -- la anciana se sobresalta, la esperanza palpita en su corazón.
La niña mueve afirmativamente la cabeza. La abuela suspira aliviada y un brillo enigmático refulge en su mirada.
-- Ahora tu secreto, Oma -- la presiona con urgencia.
-- Lo que te voy a confiar , nadie lo sabe. Mi madre me lo confesó antes de morir. Toda mi vida traté de descifrarlo, pero no tuve éxito. Lo mismo le sucedió a mi madre y antes, a mi abuela. Pero hoy, gracias a tu noticia, comienzo a comprender.
-- ¡Oma!, no hables en acertijos, dime ya el secreto -- le exige contrariada.
-- Adela, debes aprender a ser paciente. La paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces. Y justamente ese árbol esconde la solución al enigma. Ahora lo veo con claridad.
-- No te entiendo -- se enfada.
-- A su debido tiempo lo harás. Lo único que puedo adelantarte es que el convento que se levanta entre las colinas a orillas del lago Leuckbach guarda bajo siete llaves un códice que contiene una fórmula que te hará inmensamente feliz. A ti pequeña, que ansías una vida independiente del poder masculino, te será concedida una enorme gracia.
-- ¡Pero allí sólo pueden entrar las mujeres que desean ser monjas! ¡Y yo no quiero ser monja!
Una sonrisa sagaz ilumina el rostro de la anciana. "Serás monja, tu férrea curiosidad te hará desistir".
-- Recuerda este nombre, "Codex Calixtinus"...recuerda Adela...recuerda...

Una sacudida impertinente la vuelve al presente
-- Despierta Adela -- un vozarrón la despierta de su siesta.
-- ¿Oma? -- la llama aún somnolienta.
-- ¡Que tonterías dices! Oma murió hace seis años -- le corrige extrañado su hermano mayor.
-- ¿Qué quieres? ¿Por qué me importunas? -- le recrimina de mal humor.
-- ¿Recuerdas la cita que tienes con nuestro padre en la biblioteca o ya la has olvidado? Dice que no lo hagas esperar como acostumbras. Te recomiendo que te apures, está que se lo lleva el demonio.
-- Por mí que se lo lleve de una buena vez, me haría un gran favor -- exclama con mordacidad.
Sin embargo, baja corriendo las escaleras de piedra gris y entra jadeando en la biblioteca. Las mejillas arreboladas.
-- ¿Me mandaste llamar?-- pregunta cabizbaja luego de hacer una leve reverencia.
-- Así es. Dentro de un mes te casarás con el hijo del Conde de Luxemburgo. Eso es todo, puedes
retirarte -- ordena tajante.
-- ¿Casarme? ¡Nunca! -- lo enfrenta con energía, ya sin vestigios de sumisión.
-- Entonces irás al convento. No se discute más -- se encoleriza. Esa niña siempre lo saca de sus casillas.
En ese momento Adela recuerda las palabras de su abuela. El Codex Calixtinus. "¿Habrá sido una premonición soñar con ella después de tanto tiempo?".
-- Iré al convento -- y una sonrisa sarcástica se dibuja en su bello rostro.
El Conde la miró ceñudo, da media vuelta y abandona colérico el recinto dejándola sola y esperanzada.

lunes, 8 de mayo de 2017

EL RUEGO DE LAS HADAS

"Según la tradición anglo-sajona, especialmente en los comienzos del puritanismo cristiano, las Hadas eran espíritus traviesos de niños que fallecieron sin recibir el sacramento del Bautismo.
Estos espíritus se transformaron en mariposas blancas que aparecen en las noches de luna. Les encanta jugar entre las ramas de los árboleas y arbustos. Se divierten asustando a los animales de las granjas. Son invisibles a los ojos humanos, pero las almas sencillas y libres de malos pensamientos, especialmente los ninos, pueden verlas y hablar con ellas y , a veces, son invitados a participar de sus juegos..." 

Erin era un niño solitario. Su timidez le impedía relacionarse con los demás niños de su edad y cuando lograba hacerlo, recibía burlas o indiferencia.
A los ocho años su gran pasión era la cetrería. Su padre lo había iniciado en la actividad de cazar con aves rapaces a pesar de la férrea oposición de su madre.
Erin amaba a Rowena, su azor. Entre ellos existía una simbiosis que se traducía en una amistad fiel e incondicional. Rowena era su única amiga, ella siempre lo escuchaba y comprendía.
Todos los días, antes de despuntar el alba luego de robar algunas fresas de la cocina, cabalgaba hasta el galpón donde el ave descansaba. Juntos se internaban en el bosque que rodeaba su casa en busca de alguna presa para el almuerzo.
Las fresas, dulces y jugosas, eran su postre preferido. Cierta vez comió tantas que casi muere por indigestión. Desde ese momento, sus padres siempre lo controlaron. Erin, el goloso.
Además de su azor, al asomarse la luna de verano en el cielo estrellado, Erin solía conversar con las hadas que se introducían en su alcoba a través del gran ventanal que daba a los jardines en los que abundaban flores multicolores de deliciosas fragancias y árboles frutales.
Él las descubrió una noche en la que el llanto y la tristeza le impedían dormir. Amargura por ser rechazado.
Las vio danzar alegremente tomadas de la mano bajo las magnolias. Eran diminutas y sumamente bellas, de delicados rasgos y largos cabellos, algunos dorados y otros del color del fuego. Sus vestidos eran de gasas traslúcidas y exquisitas sedas, confeccionados por las arañas tejedoras.  Coronas de azahares adornaban sus cabezas.
Cuando las hadas notaron su presencia se enfadaron por interferir en su festejo, pero al notar las lágrimas del niño se apiadaron de él. Una de ellas se le acercó con cautela aunque decidida a consolarlo.
_ ¿ Por qué lloras pequeño? _ le preguntó con voz cantarina. Las demás, lentamente, también se fueron aproximando. Todas deseaban enterarse puesto que la gran debilidad de las hadas es la curiosidad.
Erin, lejos de asustarse, se sintió reconfortado.
_ Algo malo he de tener y no sé qué _ respondió consternado.
_ Nosotras no vemos nada raro en ti. Nos pareces un niño adorable, ¿verdad hermanas?
_ Adorable _ gritaron al unísono el corro de hadas.
_ Sin embargo los niños del pueblo se burlan de mí y me niegan su amistad. Sólo tengo una amiga, mi dulce Rowena, una azor que crié y entrené con ayuda de mi padre _ les confió con la mirada perdida en la oscuridad de la noche.
_ Algunos niños son muy crueles, no debes hacerles caso. Ya verás, con el paso del tiempo todo cambiará _ lo consolaron _ Mientras tanto nosotras y tu querida azor seremos tus amigas. Con nuestro amor y el de tus padres bastará. Y ahora ven a bailar con nosotras. La luna nos llama, ¡corramos a su encuentro!
Erin, se secó las lágrimas con la manga de su camisa de dormir y riendo a carcajadas saltó de la ventana. Cayó sobre un colchón de musgo y sin dolor alguno danzó hasta el amanecer junto a las hadas y a algunos duendes, que traviesos se colaron en la fiesta.
Desde entonces, Erin y las hadas fueron inseparables.
Una fría y tormentosa mañana de invierno Erin fue a cazar con su azor. Luego de acariciar su lustroso plumaje oscuro y de susurrarle palabras cariñosas, le colocó la caperuza y la subió al puño enguantado.
Montado en su corcel galopó hasta un claro. Allí liberó a Rowena que emprendió un raudo vuelo en pos de una liebre imprudente y advenediza.
Pasado un tiempo, Erin silbó llamándola. Un instante después apareció Rowena con la víctima apresada en sus garras.
_ Mamá se pondrá feliz, hoy comeremos guiso de liebre. ¡Excelente trabajo Rowe! _ exclamó entusiasmado.
Pero en su camino de regreso se topó con unos jóvenes que lo intimaron.
_ Mira quien esta aquí _ ironizó el líder del grupo deteniendo al caballo _ el hijo del lord y su azor. ¡Dámela! _ le ordenó mordaz.
Inmediatamente Erin de un solo movimiento le quitó la caperuza al azor.
El atacante, ignorante e imprudente, intentó atrapar al ave  que se lanzó sobre él picándole los ojos para después perderse entre las nubes.
Erin observaba sonriendo mientras el joven se retorcía de dolor. Sus compañeros, enfurecidos, tiraron a Erin  del caballo y comenzaron a golpearlo con salvajismo hasta arrancarle la vida. Luego huyeron arrastrando al amigo herido.
El padre encontró el cadáver de Erin en un charco de sangre. Desgarrado, su grito de dolor se escuchó en toda la comarca.
Nadie las vio, pero las hadas concurrieron al velatorio del niño. Y ellas, sólo ellas pudieron ver el alma del niño junto a su madre abrazándola.
_ No llores mamita siempre estaré a tu lado _ le decía con sumo amor.
_ Erin _  lo llamó una de las hadas _ ¿Realmente deseas quedarte siempre junto a tu madre?
_ Sí, junto a ella y a mi padre. Quiero protegerlos ¡siempre! ¿Puedes concederme esa gracia? _ exclamó con ilusión y esperanza.
_ Claro, lo mereces. Tu alma pura y generosa lo merece.
Pasaron días, meses, y cuando la angustia se tornó en un suave gemido de dolor, el padre de Erin volvió a los galpones. Allí encontró a Rowena y su tristeza volvió con la fuerza de un huracán.
_ Hoy seré yo quien te lleve a cazar si me lo permites _ le habló con dulzura, la azor era lo único que le quedaba de su adorado hijito.
Cuando la soltó, la vio volar alto, alto, hasta desaparecer. Esperó recordando los días en que salían de caza con Erin. ¡Cuánto lo disfrutaban!
"¿Dónde estaba Dios cuando esos malditos asesinaron a mi pequeño? Debes aceptar la voluntad de Dios me dicen los monjes. ¡Maldita sea la voluntad de Dios!", reflexionó consternado.
El regreso del azor interrumpió sus negros pensamientos. No traía ninguna presa, sus garras vacías, pero en su pico portaba un racimo de fresas que dejó caer en la mano del hombre. Atónito observó al ave y luego, la fruta preferida de Erin que descansaba en la palma de su mano. Un bálsamo suave y fragante descendió sobre su corazón fatigado. "¡Erin!", gritó y esta vez también su grito se escuchó en toda la comarca.
Escondidas entre el abundante follaje, las hadas reían y danzaban. Una melodía brotó del bosque provocando vientos de esperanza y consuelo:
"Bendita seas dulce Rowena por albergar en tu cuerpo el alma de Erin,
 tu fiel compañero.
 Tañen las campanas de todas las iglesias de Irlanda celebrando
 la entrañable unión del azor con su amo.
 Desde hoy serán uno convirtiérndose en  
 amante guardián de sus queridos padres haste el final de sus días.
Esta noche, Erin, montadas en tu lomo, volaremos entre las estrellas
y cantaremos alabanzas a Morgana, Reina de las Hadas, 
por escuchar nuestro ruego".