lunes, 8 de mayo de 2017

EL RUEGO DE LAS HADAS

"Según la tradición anglo-sajona, especialmente en los comienzos del puritanismo cristiano, las Hadas eran espíritus traviesos de niños que fallecieron sin recibir el sacramento del Bautismo.
Estos espíritus se transformaron en mariposas blancas que aparecen en las noches de luna. Les encanta jugar entre las ramas de los árboleas y arbustos. Se divierten asustando a los animales de las granjas. Son invisibles a los ojos humanos, pero las almas sencillas y libres de malos pensamientos, especialmente los ninos, pueden verlas y hablar con ellas y , a veces, son invitados a participar de sus juegos..." 

Erin era un niño solitario. Su timidez le impedía relacionarse con los demás niños de su edad y cuando lograba hacerlo, recibía burlas o indiferencia.
A los ocho años su gran pasión era la cetrería. Su padre lo había iniciado en la actividad de cazar con aves rapaces a pesar de la férrea oposición de su madre.
Erin amaba a Rowena, su azor. Entre ellos existía una simbiosis que se traducía en una amistad fiel e incondicional. Rowena era su única amiga, ella siempre lo escuchaba y comprendía.
Todos los días, antes de despuntar el alba luego de robar algunas fresas de la cocina, cabalgaba hasta el galpón donde el ave descansaba. Juntos se internaban en el bosque que rodeaba su casa en busca de alguna presa para el almuerzo.
Las fresas, dulces y jugosas, eran su postre preferido. Cierta vez comió tantas que casi muere por indigestión. Desde ese momento, sus padres siempre lo controlaron. Erin, el goloso.
Además de su azor, al asomarse la luna de verano en el cielo estrellado, Erin solía conversar con las hadas que se introducían en su alcoba a través del gran ventanal que daba a los jardines en los que abundaban flores multicolores de deliciosas fragancias y árboles frutales.
Él las descubrió una noche en la que el llanto y la tristeza le impedían dormir. Amargura por ser rechazado.
Las vio danzar alegremente tomadas de la mano bajo las magnolias. Eran diminutas y sumamente bellas, de delicados rasgos y largos cabellos, algunos dorados y otros del color del fuego. Sus vestidos eran de gasas traslúcidas y exquisitas sedas, confeccionados por las arañas tejedoras.  Coronas de azahares adornaban sus cabezas.
Cuando las hadas notaron su presencia se enfadaron por interferir en su festejo, pero al notar las lágrimas del niño se apiadaron de él. Una de ellas se le acercó con cautela aunque decidida a consolarlo.
_ ¿ Por qué lloras pequeño? _ le preguntó con voz cantarina. Las demás, lentamente, también se fueron aproximando. Todas deseaban enterarse puesto que la gran debilidad de las hadas es la curiosidad.
Erin, lejos de asustarse, se sintió reconfortado.
_ Algo malo he de tener y no sé qué _ respondió consternado.
_ Nosotras no vemos nada raro en ti. Nos pareces un niño adorable, ¿verdad hermanas?
_ Adorable _ gritaron al unísono el corro de hadas.
_ Sin embargo los niños del pueblo se burlan de mí y me niegan su amistad. Sólo tengo una amiga, mi dulce Rowena, una azor que crié y entrené con ayuda de mi padre _ les confió con la mirada perdida en la oscuridad de la noche.
_ Algunos niños son muy crueles, no debes hacerles caso. Ya verás, con el paso del tiempo todo cambiará _ lo consolaron _ Mientras tanto nosotras y tu querida azor seremos tus amigas. Con nuestro amor y el de tus padres bastará. Y ahora ven a bailar con nosotras. La luna nos llama, ¡corramos a su encuentro!
Erin, se secó las lágrimas con la manga de su camisa de dormir y riendo a carcajadas saltó de la ventana. Cayó sobre un colchón de musgo y sin dolor alguno danzó hasta el amanecer junto a las hadas y a algunos duendes, que traviesos se colaron en la fiesta.
Desde entonces, Erin y las hadas fueron inseparables.
Una fría y tormentosa mañana de invierno Erin fue a cazar con su azor. Luego de acariciar su lustroso plumaje oscuro y de susurrarle palabras cariñosas, le colocó la caperuza y la subió al puño enguantado.
Montado en su corcel galopó hasta un claro. Allí liberó a Rowena que emprendió un raudo vuelo en pos de una liebre imprudente y advenediza.
Pasado un tiempo, Erin silbó llamándola. Un instante después apareció Rowena con la víctima apresada en sus garras.
_ Mamá se pondrá feliz, hoy comeremos guiso de liebre. ¡Excelente trabajo Rowe! _ exclamó entusiasmado.
Pero en su camino de regreso se topó con unos jóvenes que lo intimaron.
_ Mira quien esta aquí _ ironizó el líder del grupo deteniendo al caballo _ el hijo del lord y su azor. ¡Dámela! _ le ordenó mordaz.
Inmediatamente Erin de un solo movimiento le quitó la caperuza al azor.
El atacante, ignorante e imprudente, intentó atrapar al ave  que se lanzó sobre él picándole los ojos para después perderse entre las nubes.
Erin observaba sonriendo mientras el joven se retorcía de dolor. Sus compañeros, enfurecidos, tiraron a Erin  del caballo y comenzaron a golpearlo con salvajismo hasta arrancarle la vida. Luego huyeron arrastrando al amigo herido.
El padre encontró el cadáver de Erin en un charco de sangre. Desgarrado, su grito de dolor se escuchó en toda la comarca.
Nadie las vio, pero las hadas concurrieron al velatorio del niño. Y ellas, sólo ellas pudieron ver el alma del niño junto a su madre abrazándola.
_ No llores mamita siempre estaré a tu lado _ le decía con sumo amor.
_ Erin _  lo llamó una de las hadas _ ¿Realmente deseas quedarte siempre junto a tu madre?
_ Sí, junto a ella y a mi padre. Quiero protegerlos ¡siempre! ¿Puedes concederme esa gracia? _ exclamó con ilusión y esperanza.
_ Claro, lo mereces. Tu alma pura y generosa lo merece.
Pasaron días, meses, y cuando la angustia se tornó en un suave gemido de dolor, el padre de Erin volvió a los galpones. Allí encontró a Rowena y su tristeza volvió con la fuerza de un huracán.
_ Hoy seré yo quien te lleve a cazar si me lo permites _ le habló con dulzura, la azor era lo único que le quedaba de su adorado hijito.
Cuando la soltó, la vio volar alto, alto, hasta desaparecer. Esperó recordando los días en que salían de caza con Erin. ¡Cuánto lo disfrutaban!
"¿Dónde estaba Dios cuando esos malditos asesinaron a mi pequeño? Debes aceptar la voluntad de Dios me dicen los monjes. ¡Maldita sea la voluntad de Dios!", reflexionó consternado.
El regreso del azor interrumpió sus negros pensamientos. No traía ninguna presa, sus garras vacías, pero en su pico portaba un racimo de fresas que dejó caer en la mano del hombre. Atónito observó al ave y luego, la fruta preferida de Erin que descansaba en la palma de su mano. Un bálsamo suave y fragante descendió sobre su corazón fatigado. "¡Erin!", gritó y esta vez también su grito se escuchó en toda la comarca.
Escondidas entre el abundante follaje, las hadas reían y danzaban. Una melodía brotó del bosque provocando vientos de esperanza y consuelo:
"Bendita seas dulce Rowena por albergar en tu cuerpo el alma de Erin,
 tu fiel compañero.
 Tañen las campanas de todas las iglesias de Irlanda celebrando
 la entrañable unión del azor con su amo.
 Desde hoy serán uno convirtiérndose en  
 amante guardián de sus queridos padres haste el final de sus días.
Esta noche, Erin, montadas en tu lomo, volaremos entre las estrellas
y cantaremos alabanzas a Morgana, Reina de las Hadas, 
por escuchar nuestro ruego".






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