domingo, 3 de julio de 2016

BAJOS INSTINTOS

Erase una vez un campesino temerario que una noche de luna llena se aventuró a salir en busca de un hechizo para que su mujer pudiera quedar embarazada. Muchos fueron los intentos, pero siempre inútiles. La vieja comadrona del pueblo lo incentivó a buscar la solución en el bosquecillo de tejos que se alzaba detrás del pozo al que acudían las mozas en busca de agua todas las mañanas.
_ Como sabes, el tejo, es un árbol mágico. Recoge unas cuantas bayas con las que haré un ungüento sanador para tu esposa. Además tráeme un trozo de corteza con la que prepararé una infusión que haré más potente el conjuro. Escucha con atención, deberás adentrarte en dicho lugar la próxima noche de luna llena cuando en el firmamento extrañas bolas de fuego brinquen velozmente como jugando con las estrellas. Son brujas practicando una danza diabólica.
El hombre al escuchar semejante relato comenzó a transpirar, aunque en ningún momento pasó por su cabeza desistir de su decisión: se enfrentaría a cualquier peligro, un hijo bien lo valía.
_ No temas, nada te sucederá si sigues al pie de la letra mis consejos. Si alguna bruja intercepta tu camino, no la mires a los ojos, ¡rehúyela!, recoge lo que te he pedido y regresa rápidamente sin volver la vista atrás.
Al llegar la noche señalada, el campesino montó en su burro, un animal asustadizo y caprichoso. Envalentonado, tomó por un sendero de tierra rojiza que lo llevó directamente hasta el bosque encantado.
La oscuridad de la noche era profunda y la sombra de los árboles que custodiaban su andar, como fauces tenebrosas se extendían sobre él.
El viento silbaba entre los matorrales salmos fúnebres que le erizaron la piel al pobre hombre, dejando sentir un frío helado que le calaba los huesos.
De pronto una bola de fuego bajó frente a él asustando al famélico burro que acabó por arrojarlo contra una roca perdiendo el sentido durante un breve momento.
Al recuperarse, quedó hipnotizado frente a una mujer bella y sensual que entonaba una dulce canción. Se le acercó lentamente y cuando él intento acariciar su rostro, la misteriosa mujer se transformó en una serpiente, que luego de fijar sus ojos verdes como dos exquisitas esmeraldas en el atónito hombre, desapareció entre los matorrales.
Todavía mareado a causa del fatal encuentro, consiguió a duras penas hacerse con el encargo de la comadrona.
A la mañana siguiente se presentó en la choza de la anciana, demacrado y somnoliento.
_ ¿Todo ha ido bien? _ preguntó intrigada por la pésima apariencia del hombre.
_ Algo insólito me ha ocurrido..._ y sin dilación le narró lo acontecido la noche anterior.
_ ¡Tonto!, no has mantenido mis consejos. Una bruja te ha mirado fijamente y ahora debes atenerte a las maléficas consecuencias _ se exasperó la vieja desdentada.
_ ¿ Consecuencias maléficas? _ preguntó perplejo.
_ Sólo Dios sabe que hechizo derramó en tu corazón. ¿Pretendes continuar con el conjuro para que tu mujer quede encinta?
_ Por supuesto, ella espera ilusionada tu pócima.
_ Que quede en claro que soy inocente de lo que pueda ocurrir de aquí en más, ¿entendido?
Esa noche la esposa del campesino untó su vientre con la pomada hecha del fruto del tejo y bebíó entusiasmada el té de su corteza.
El conjuró se cristalizó y luego de nueve lunas una preciosa niña les trajo la felicidad que por tanto tiempo se les negó.
Lo que la pareja no sabía era que en la pequeña latía la semilla del mal. La bruja-sepiente infestó la esperma del hombre con su veneno destructor, veneno que ahorra corría por las venas de la niña.
A medida que crecía su conducta se volvía extraña y cruel. Cruel hacia su madre y desmesuradamente amorosa con su padre.
Ya adolescente, la joven tomó una decisión fatal. "Mataré a mi madre, ella se interpone en mi relación con mi padre", pensó enferma de celos. "Me libraré de ella y así podré unirme finalmente al amor que enardece mi sangre".
La tarde que su padre salíó de cacería, aprovechó la ocasión para llevar a cabo su siniestro plan.
_ Madre, te veo ojerosa. Bebe esta infusión de valeriana, te reconfortará _ le dijo con malicia disimulada.
La mujer ingirió la infusión agradecida, sin saber que en realidad tomaba belladona, un potente veneno. En una hora falleció.
Al regresar a su casa, el campesino se encontró con la terrible noticia. Su mujer muerta y su hija deshecha en lágrimas.
El tiempo pasó, pero la angustia y la depresión no abandonaron al campesino, en cambio veía como su pequeña mostraba entereza ante aquella situación. Se desvivía por complacerlo en todo, siempre con una sonrisa. 
Sólo un hecho ensombrecía la imagen de su hija. En una oportunidad se introdujo en su cama acariciándolo de manera incestuosa. El la echó, rabioso e indignado; pero por vergüenza pasó por alto la ofensa.
"Aún no es el momento propicio", reflexionó ella con desfachatez.
Cierto día el padre le encargó un corazón de cerdo para el estofado de la cena. La joven se entretuvo más de la cuenta con sus amigas y cuando fue al mercado por en encargo, ya estaba cerrado.
Se le ocurrió entonces una perversa idea. Se dirigió al cementerio, profanó la tumba de su madre y le arrancó el corazón.
Satisfecha de su proeza lo condimentó y cocinó con abundantes verduras del huerto.
_ Eres una excelente cocinera, querida _ la felicitó el padre luego de saborear gustoso el puchero de corazón.
Mientras el hombre calmaba su apetito, ella recitaba: "Que este corazón brotado de una fría làpida, rompa toda cadena que te una al amor marchito. A mi amor le hago conocer este paso, pues yo soy la flor y tú eres el tronco. ¡Arbol de tejo, árbol mágico que otrora nos unió!, haz que germine en su espíritu mi dulce pasión".
Esa misma noche, cuando la muchacha se encontraba en la cama, creyó escuchar un susurro muy tenue, parecido a una voz familiar que se le acercaba.
"Hija, devuélveme el corazón que me has robado".
La perilla giró lentamente hasta que la puerta se abrió y el espectró mancillado de la madre hizo su aparición en el dormitorio de la joven. Extendió su dedo acusador hasta el corazón de la hija y le gritó
"¡Pérfida!, me has robado el marido y no contenta con semejante sacrilegio, ahora me has robado el corazón. !Devuélvemelo!", le escupió encolerizada.
_ ¡Imposible!, padre lo ha devorado y con sumo placer. ¡Vete, vuelve a tu féretro! Padre ahora me pertenece. _ gritó sin amedrentarse, no le temía al espíritu vengativo de su madre, ella era aún más poderosa, ella era la bruja-serpiente.
El aura de fuego que la circundaba, alejó al espíritu hasta los mismos infiernos. Ya no la molestaría.
Descalza corrió hasta la habitación del padre, que dormía apaciblemente bajo el influjo del conjuro del corazón. Se metió entre las sábanas y amoldó su cuerpo lozano al de su padre, todavía atlético.
Esta vez él no la rechazó, la aceptó excitado.
"Te he vencido madre", pensó regocijada y con el cuerpo pleno de placer y saturado de la fragancia de su padre. "Nada ni nadie se opone a los deseos de la bruja-serpiente".



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