miércoles, 16 de diciembre de 2015

CORAZON DE PLATA

Huang, Emperador de la dinastía Shang, se paseaba nervioso por la gran sala de conferencias de su palacio. Había concluido hacía instantes la reunión con los mandarines, sus asesores, y no estaba satisfecho con el resultado, estaba enfurecido.
"¿Quiénes se creen, con qué autoridad van a presionarme sobre este delicado tema? Los asuntos amorosos de mi hija los resuelvo yo, ¡únicamente yo!", murmuró mal humorado.
Los Mandarines se habían retirado consternados, temiendo alguna represalia de parte del Emperador.
Bien conocían su carácter salvaje y arbitrario. Cuando los consejos tomaban un rumbo distinto a sus deseos, se negaba rotundamente a tomarlos en cuenta. Así reaccionó cuando ordenó la quema de cientos de pergaminos que no se ajustaban a su modelo social : respeto al Emperador, a los ancianos y a los padres; conducta honrada, estudio y serenidad. Principios que convenían a su gobierno y que eran transmitidos al pueblo como valores morales. Toda revuelta popular era reprimida cruelmente. El pueblo sufría hambre mientras los impuestos aumentaban. "Renunciar a todo deseo para alcanzar la felicidad", era el lema del Emperador, hijo del Cielo. Claro que los demás debían renunciar, él no.
El Emperador tenía una espina clavada en el corazón, su hija Maylin, bella como la luna y dueña de unos cautivantes ojos verdes, color extraño para esa raza, que lo encendían cada vez que se posaban en él.
La amaba de una manera incestuosa, aberrante, y no permitiría que ningún hombre, excepto él, osara rozar la pálida piel de su hija.
Esa fue la discusión que había mantenido con sus Consejeros. Ellos lo instaban a concretar el compromiso matrimonial de Maylin con el príncipe Ryu. La alianza con el reino vecino era imperiosa. Debían aunar fuerzas para aniquilar a los guerreros mongoles que invadían permanentemente los valles arroceros matando sin piedad a los campesinos y aumentar la vigilancia a lo largo de la ruta de la Seda., en donde las caravanas eran víctimas de violentos asaltos.
El Emperador Huang, mantenía a su hija encerrada en un amplio aposento en la parte posterior del palacio. Las paredes de la habitación estaban forradas con paneles de plata repujada, todo allí era de plata: el gran espejo, sus peines y hebillas, el respaldo de la enorme cama,  la jarra y las copas donde bebía agua fresca, la colcha y las sábanas estaban bordadas con hilos de plata...ella era la joya de su padre prisionera en un cofre de plata.
Finalmente el Emperador tuvo que transigir al pedido de los Mandarines. La situación política se volvió insostenible ante una nueva complicación : el avance de los hunos en la parte norte del país.
Se organizó un festín para agasajar al príncipe Ryu y su comitiva.
Myling ,sentada junto a su padre, deslumbró al príncipe. Ella, por su parte, lo observaba con timidez, anhelando que la rescatara de las garras de su despótico padre.
Al Emperador esa situación lo fastidiaba sobremanera, pero no tenía opción, debía fortalecer su ejército con la ayuda de Ryu, sin embargo ya había tramado un plan para salir airoso de la encrucijada en que estaba situado.
Luego del magnífico banquete disfrutaron de una representación teatral. Todos los actores completamente maquillados, con una orquesta que acompañaba sus danzas, simulaban ser marinos que caían bajo el hechizo del canto de las sirenas. Al finalizar, los espectadores aplaudieron complacidos.
Huang, tomó entonces la palabra. Un silencio perturbador se adueñó del lugar. Todos estaban expectantes del voluble Emperador.
_ Príncipe Ryu, soy muy feliz de concederte la mano de mi hija Mylin, mi gran tesoro.
Los mandarines y los demás funcionarios respiraron aliviados.
_ Para mí es un gran honor, juro que la cuidaré y respetaré... comenzó a decir Ryu cuando de pronto el Emperador lo interrumpió.
_ Pero antes de que se formalice el compromiso, es necesario que pases por una prueba que me demuestre que eres el hombre indicado para mi preciosa Maylin. _ expresó mostrando una sonrisa siniestra.
_ ¿Una prueba?, ¿cuál prueba? _ preguntó perplejo.
_ La obra teatral que acabamos de presenciar fue un adelanto de mi petición. Deberás regalar a Maylin la exquisita tela, bella, ligera y transparente, que tejen las sirenas para confeccionar su vestido de novia.
Los invitados reunidos en el iluminado salón, lo miraron asombrados por la tan absurda petición.
_ Pero las sirenas no existen...es sólo una leyenda..._ dijo desorientado el príncipe.
_ Estás equivocado, las sirenas sí existen. Viven ocultas de la mirada humana en las profundidades del Mar Amarillo. Allí deberás dirigirte si deseas ser el dueño del corazón de mi hija, claro._ declaró con ironía.
_ Mañana mismo parto con mi tripulación. Encontraré el escondite de las sirenas y regresaré con el preciado presente para mi prometida. Soy Ryu, el dragón, nada es imposible para mí.
Un aplauso espontáneo estalló en la sala disgustando al Emperador que simuló satisfacción.
_ El trato matrimonial se concretará el día que regreses con el preciado tesoro. Ese día el corazón de mi hija será tuyo. ¿Aceptas?
_ Acepto
_ Todos son testigos de este pacto. Yo, Huang, emperador de la dinastía Shang,  entregaré el corazón de mi hija al príncipe Ryu a cambio de sus ejércitos.
Ambos estrecharon sus manos sellando la alianza. Maylin, comprendiendo las palabras de su padre, lloró en silencio.
Larga y tediosa fue la travesía. Dos jornadas completas pasaron sin avistar sirena alguna.
Ryu estaba angustiado y desilusionado ¿Qué se proponía el Emperador lanzándolo a esa quimera? Nada tenía sentido. En realidad el único que salía perdiendo era el mismísimo Emperador, aunque..."Amo a Mylin, la deseo, será mía con o sin sirenas. Al dragón nadie lo acorrala".
Al cuarto día algo extraño ocurrió. El vigía dio la voz de alerta, las claras aguas se volvían de un verde intenso. Una tupida alfombra de algas cubría el océano.
Ryu se entusiasmó, esa era la señal que aguardaba. Las sirenas estaban cerca. Ordenó a los marineros que se taparan los oídos para preservarlos del canto traicionero.
Pasaron apenas unos minutos cuando tres de ellas asomaron su cabeza a babor dejando su cola escamosa oculta en las profundidades del mar.
_ Navegante, ¿por qué interrumpes nuestro descanso?_ dijeron al unísono ofendidas al ver que su canto no surtía efecto en ellos.
_ Soy el Príncipe Ryu
_ ¿El dragón? _ el miedo apareció en sus semblantes.
_ El mismo, y vengo a hacerles una petición. Mi destino depende de ello.
_ Tu pedido es una orden para nosotras. Sabes que somos leales súbditas del dragón.
_ Para conseguir el corazón de mi amada debo llevarle como presente de bodas el género que ustedes realizan con sublime maestría.
Una de ellas se zambulló entre las algas y al instante regresó con un género tan delicado y fino, como plata derretida. Ryu, agradecido, las obsequió con peines de oro. Ellas los aceptaron felices.
Ryu se presentó delante del Emperador con el pecho henchido de orgullo y emoción, había cumplido la escabrosa e insólita misión.
_ Emperador Huang, aquí está la preciada tela para el vestido de novia de mi prometida. Pongo a mis ejércitos bajo tus órdenes.  _ diciendo esto la desplegó a los pies del Emperador que lo miraba atónito.
_ Ya me habían comunicado mis consejeros de tu hazaña. Sólo me resta a mí cumplir con mi parte del trato.
Hizo una señal y uno de sus sirvientes se acercó con una cofre de plata.
_ Te entrego el corazón de mi hija.
El príncipe, confundido, abrió la caja y horrorizado encontró entre terciopelos un corazón, el corazón de Mylin.
Interrogó con la mirada a los Mandarines, que avergonzados por la deshonrosa conducta del Emperador, inclinaron la cabeza confirmando el atroz crimen.
Para asombro de todos, el príncipe mutó de hombre a dragón. Con furia vomitó una bocanada de fuego que incineró en un tris al Emperador, a los Mandarines, y a todos los presentes, menos a sus hombres que no se veían sorprendidos.
"Soy Ryu, el dragón, y al dragón nadie lo acorrala"_ rugió.

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