sábado, 12 de diciembre de 2015

LAGRIMAS, SANGRE DEL ALMA

Cuenta una antigua historia, que en un pueblito pesquero encallado sobre las márgenes del Mar Mediterráneo, vivía Donato, un joven con el corazón destrozado por la vil traición de su prometida. Desde entonces se juró no volver a confiar en ninguna mujer.
El muchacho jovial y honesto, se volvió taciturno y huraño. Gozaba de las mujeres y luego las desechaba sin contemplaciones. Su estampa lo beneficiaba, todas suspiraban por el joven moreno que las hechizaba con sus penetrantes ojos verdes. Competían por ser merecedoras de su galanteo, aún conociendo su crueldad.
Una noche, con algunas copas demás, Donato y sus amigos, terminaron la juerga en un campamento gitano que se había establecido en las afueras del pueblo.
Alrededor de una fogata bailaba una muchacha al ritmo de un brioso chardas. El violín acompañaba sus movimientos cadenciosos y sensuales, incrementando la libido de los hombres que la observaban pasmados.
Con el vuelo de su colorida y vaporosa pollera, rozó con atrevimiento el rostro de Donato. Luego se inclinó
sobre él enseñando su generoso escote. Los demás espectadores silbaron excitados por el espectáculo. Ella, con donaire, lo tomó de la mano y lo condujo hasta un carromato en medio de aplausos y carcajadas.
Donato amaneció en su casa. Cómo había llegado allí, no lo recordaba. Sólo recordaba la tibieza de un cuerpo que lo enloqueció y unos besos brujos que lo enajenaron.
Al anochecer, la visita de la gitana lo sorprendió. "Si ella desea continuar con el juego, ¿quién soy yo para impedirlo?", pensó divertido. Pero la diversión pronto se desvaneció. En los albores de la mañana, Donato, ya aburrido del cuerpo voluptuoso de su compañera la despidió, primero con gentileza, pero como la gitana se negó llorando y suplicando, de un brazo la arrojó de su casa.
Cargada de odio, frustración e impotencia, lo maldijo:
"Sufrirás malparido por lo que me has hecho padecer a mí y a todas las mujeres que han pasado por tu miserable vida.
Que las lágrimas se encaprichen dentro de tus ojos y aunque el dolor te acongoje, no quieran caer.
Que el corazón se te ensanche, que lo sientas crecer dentro de tu pecho, y no tengas más remedio que amar, y cuando el amor verdadero despierte tu corazón de piedra, se te sea negado hasta que la sangre de tu alma lave esta maldición".
Con la satisfacción de la venganza, dio media vuelta y desapareció por una calle retorcida, atiborrada de puertas, pasadizos y pequeñas terrazas.
Pasados algunos días, el sabor amargo de la maldición ponzoñosa como picadura de serpiente, pasó al olvido. Donato siguió con su vida displicente, sin temor ni remordimiento.
Un amanecer, luego de pescar durante toda la noche, Donato volvía del puerto destruido por el cansancio. Lo único que deseaba era una taza de café caliente.
La vi justo al doblar una esquina, debajo de un balcón engalanado de petunias y geranios. Inmediatamente se sintió atraído por ella. Se acercó con su acostumbrado aire de conquistador, pero el conquistado resultó él.
_ ¿Qué vendes? _ fue la pregunta tonta que atinó hacer.
_ Está a la vista. Flores_ contestó risueña revelando una voz musical que lo subyugó._ Jazmines, jacintos, lirios...elige, ¿cuál quieres?
_ Te quiero a ti.
La declaración inusitada la sorprendió. La mirada verde, profunda como el mar que los rodeaba, le entibió el alma. Sin embargo reaccionó con altanería.
_ Yo no estoy a la venta _ le reprochó, tomó su canasta y corrió calle abajo.
_ ¡Tu nombre! _ quiso saber.
_ Alba _ le gritó cantarina, sin darse vuelta.
Donato se la quedó mirando. Sintió que su corazón se ensanchaba, no teniendo más remedio que amarla. Él que siempre jugó con los sentimientos, ahora era preso de ellos.
La buscó incansable. La encontró, la persiguió, le declaró su amor con insistencia sin importarle las bromas pesadas de sus amigos. Finalmente Alba le entregó su corazón.
El día de la boda, le pareció tocar el cielo. Alba resplandecía. Su grácil figura, envuelta en tules y flores, le daba una apariencia volátil, seráfica. Donato era feliz y todo el pueblo compartía su dicha.
De repente, por un breve instante, con la fuerza de un rayo una presencia sombría hirió su felicidad. La gitana, con la vista clavada en su persona, le sonreía socarrona.
Un beso tierno de Alba y su exquisita fragancia a primavera, enseguida borraron el miedo que comenzó a trepar en su interior.
Cuando supuso que más dichoso era imposible ser, Alba le anunció que serían padres.
Contaron con ansiedad el paso de las nueve lunas, esperando emocionados la llegada de su hijo. Pero a medida que se acercaba el momento del parto, Donato comenzó a tener pesadillas. En ellas aparecía la gitana con una serpiente enroscada en el torso. Ambas lo observaban con frialdad y reían diabólicamente. El trataba de escapar, pero no podía, estaba atrapado en lodo y sangre...¡la sangre de Alba!. Una voz áspera, gutural, repetía: "El amor verdadero se te sea negado hasta que la sangre de tu alma borre esta maldición".
Alba, al notarlo apesadumbrado, se afligió; pero Donato, con una mentira, la tranquilizó.
Nunca le confesaría la verdad, nunca le contaría sobre las mujeres que despreció brutalmente, de las que se burló y humilló. Menos aún le referiría sobre la maldición que por su egoísmo fue merecedor. Ella debía estar al margen de la parte oscura de su vida, como a este ese momento. La vergüenza y los remordimientos lo consumían y el pánico de perder a Alba, lo paralizaba.
La calamidad se desató después del nacimiento. El niño nació saludable, pero la madre quedó muy débil. Una incontrolable hemorragia la estaba llevando a la tumba.
Desquiciado, Donato rezó, rogó, suplicó...Alba no mejoraba.

La comadrona le habló, entonces, de una curandera que podría ayudarlo. "Con intentar, nada perdemos", lo alentó.
Al anochecer encontró la casa en la parte más alta del pueblo, escondida detrás de un ramoso castaño. Entró con sigilo, el lugar estaba en penumbras. Tres velas encendidas sobre una mesa de roble, le indicaron la dirección que debía seguir. Allí estaba esperándolo la curandera. Una bella anciana, pulcra, esbelta, lo impresionó. La miró intrigado.
_ ¿Qué esperabas?, ¿una vieja fea y jorobada? _ se rió.
_ Sí_ contestó sincero.
_ No te dejes sorprender por las apariencias. Lo que importa es la esencia. ¿Qué te perturba?
_ Mi mujer está muriendo...hace poco parió a mi hijo y ahora se desangra...
_ Tengo una pócima de ortiga que cortará la hemorragia...
_ Eso no es todo_ la interrumpió _ Tuve una vida licenciosa y ella está pagando mi culpa. Una gitana despechada me maldijo...nunca podré retener a mi verdadero amor hasta tanto no rompa el conjuro con la sangre de mi alma...¡y no sé lo que eso significa! _ se desesperó.
_ Una vez un santo dijo: "Las lágrimas son la sangre del alma". Las lágrimas, ¡tus lágrimas!, son la solución al dilema.
_ Desde que la gitana me maldijo no puedo llorar. ¡Ay, Dios mío!, entonces Alba morirá.
_ Tranquilízate, buscaremos una salida. Venceremos el sortilegio. Primero debes arrepentirte de todo lo malo que has hecho
_ ¡Lo estoy, lo estoy! _ dijo convencido.
_ Deberás pedir perdón, una a una, a las mujeres que heriste.
_ ¿A la gitana también? _ se desconsoló.
_ También _ la curandera fue tajante.
_ ¿Y si no me perdonan?
_ Lo importante es que tú te humilles, que tú te rebajes. La lección es para ti, no para ellas. Terminado esto, escribirás las palabras de la gitana en una hoja de papel, la pondrás dentro de un cofre de madera y la enterrarás al pie del Acebo que está detrás de la iglesia. Es un árbol mágico que protege del mal de ojo. Pero debes hacerlo en el Plenilunio que comienza mañana. Es una época mágica que hace posible el cambio espiritual en las personas que lo desean, es un tiempo de reflexión en donde las palabras adquieren consistencia siendo la luna capaz de transformar las malditas en benditas. ¡Vete ya! _ empujándolo, lo obligó a marcharse.
Consternado regresó a su hogar. Ahogando su dolor simuló una sonrisa ante Alba. Pálida, casi espectral. Derramó sobre sus labios el brebaje de ortiga esperando un milagro que no ocurrió. Durmió a su lado, apoyando la cabeza sobre el cansado corazón de su amada.
Muy temprano salió decidido a cumplir con su misión. Todas lo escucharon sorprendidas, muchas lo abofetearon, pocas lo perdonaron...una sola lo besó con pasión, la gitana. Simplemente lo besó y desapareció.
Con el espíritu ligero, se preparó para la segunda fase. Con letra clara y prolija escribió las palabras de la maldición, introdujo el papel en un cofrecito de madera rústica y se dispuso a esperar la noche.
Cuando a la medianoche, la luna, coronada de estrellas refulgió en el firmamento, Donato se dirigió presuroso a la iglesia. Cavó un pequeño pozo, aunque profundo y allí colocó esperanzado el cofre.
Volvió junto a su mujer, cerró los ojos y comenzó a repetir la oración de una tarjeta que la curandera le depositó en la mano durante su visita.
Mientras invocaba el poder de la Luna una gran luz blanca entró por su cabeza hasta su corazón, llenándolo de luz por dentro y por fuera. Luego esa luz comenzó a irradiarse a través de las palmas de sus manos que colocó sobre el pecho de Alba llenándola de energía. Los dos quedaron cubiertos de esa luz mágica que los preñó de armonía, paz y alegría.
Donato se inclinó sobre su mujer, le acarició con adoración la frente, las mejillas demacradas; besó con ternura los labios resquebrajados. Pero sus lágrimas, sangre de su alma, no asomaban.
De pronto Alba abrió los ojos, cristalinos, puros, cálidos, rebosantes de amor y los posó en Donato.
Un fuego extraño conjugado con el poder de la luz blanca, lo recorrió como una lanza derritiendo la cadena que oprimía su alma.
Una lágrima, tímida, apocada resbaló por la mejilla de Donato. Luego otra y otra más, hasta que el dique cedió y comenzó a llorar con la avidez de un niño pequeño.
Las lágrimas de Donato, sangre de su alma, rompieron el conjuro bajo el amparo de la majestuosa Luna Llena que como una flor en lo alto del cielo, con deleite silencioso los mira y sonríe.



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