miércoles, 16 de diciembre de 2015

ROSA, LA ATREVIDA

Buenos Aires, 1940
El reloj de la estación ferroviaria del pueblo marcó las seis de una mañana despejada y calurosa. Familias enteras se reunieron en el andén para despedir a los familiares que partían hacia Buenos Aires, destino soñado para los habitantes del interior del país.
Una señora gorda y rubicunda junto a dos muchachitas delgadas y pecosas, agitaban a modo de despedida pañuelos blancos. Las tres lagrimeaban. Rosa, la mayor de sus hijas se marchaba a la Capital detrás de una ilusión : triunfar.
La noche anterior mientras tomaban mate cocido con tortas fritas, la madre le daba las últimas recomendaciones a su hija.
_ Rosa, la verdá', no me gusta nada este viaje tuyo.
_ Máma, lo discutimos mil veces. No voy a cambiar de parecer, además ya compré el pasaje. Mañana me voy pa' la Capital.
La madre frunció el ceño, era imposible discutir con Rosa, ella siempre se salía con la suya.
_ No me ponga esa cara máma. Lo hago por las tres. Si consigo un buen trabajo, ustedes también podrán viajar pa' Buenos Aires. ¡Va a ver que bien nos va ir!, confío en que la virgencita nos va a ayudar a salir de esta miseria.
_ No seas desagradecida, pa' comer nunca nos faltó.
_ Máma, estoy segura que existe otra forma de vida, una vida en la que además de trabajar, se pueda disfrutar. ¡Quiero divertirme máma! Conocer nuevos lugares, nuevas gentes. Quiero una oportunidad para progresar, para ser feliz. Me cansé de trabajar como una burra para los terratenientes, siempre nos roban , se aprovechan de nuestra ignorancia. Me cansé de verla lavar y planchar por unos míseros centavos. Quiero que mis hermanas estudien, que lleguen alto en la vida.
_ Sé que buscás nuestro bien, pero tengo tanto miedo... allá sola, sin nadie que te cuide. ¡Ay hijita! _ se derrumbó en un llanto amargo.
_ Por favor, no llore. Soy muy fuerte y sé cuidarme. 
Las cuatro se fundieron en un abrazo intenso, cálido. Nunca se habían sentido tan unidas.
El sonido agudo del silbato anunció la salida del tren. Con medio cuerpo fuera de la ventanilla, Rosa, les gritó:
_ Ni bien llegué y esté instalada la llamó al teléfono del almacén de don Pancho. ¿Escuchó máma?
_ Sí hijita,si. Te quiero.
Fue lo último que comprendió, las otras palabras no alcanzó a escucharlas debido al chillido de las ruedas de los vagones sobre los rieles.
La locomotora inició la marcha flameando al viento su estandarte de humo. 
Rosa estaba conmovida, ella, una pobre campesina estaba a punto de iniciar una aventura mágica, de ensueño.
Mientras el tren corría atravesando campos, sembradíos y bosques, Rosa pensaba:
"Es maravilloso lo que estoy viviendo. Yo, la Rosa, la más pobre de todas mis amigas, me estoy yendo pa' Buenos Aires. El traqueteo del tren me da sueño, pero no quiero dormir, quiero disfrutar del paisaje, de esta sensación de libertad.
La máma se quedó triste, me da pena hacerla sufrir, pero ni loca me quedaba en ese pueblo de hipócritas y avaros. Quiero conocer la capital y nadie me lo va a impedir. Voy a trabajar para el progreso de mi familia y voy a luchar con todas mis fuerzas para conseguirlo.
Voy a juntar mucha plata para comprar una casita con muchas habitaciones, ¡basta de vivir amontonados!. Ojalá tenga también un patio enorme para organizar bailes con las amigas porteñas que seguro voy a conocer. Eso sí, voy a tratar de no robarles el novio como lo hacía en el pueblo, no quiero líos, bastantes tuve ya. Pero que le voy a hacer, ¡me divierte hacerlo!, no tengo la culpa de ser tan, tan, seductora.
¡Cómo se mueve este tren! Entre los nervios que tengo y el ruido que me hacen las tripas del hambre, no puedo pegar un ojo. ¿Cuánto faltará pa' llegar?
¿Será verdad que los porteños se burlan de los provincianos?  Nos dicen cabecita negra. ¡Desgraciados! Poco me importa como me llamen, tengo la suficiente fiereza para enfrentarlos. ¡Nunca más alguien me pone un pie encima! Hoy, llegando a la estación Constitución, lo juro por lo más sagrado que tengo, mi familia".
Al llegar fue recibida por ruidos ensordecedores,  cientos de saludos, un repugnante olor a frito y los gritos de los vendedores ambulantes anunciando sus productos. Un oleaje de personas la mareó y la entusiasmó por igual. ¡La Capital!, por fin la Capital.
Rosa no podía apartar su mirada de las mujeres. Nunca había visto semejante despliegue de elegancia...vestidos deslumbrantes, sombreros de todo tamaño y color, zapatos con tacones, guantes y carteras. "Algún día me vestiré como estas señoras", se prometió.
Los ojos de Rosa revoloteaban en todas direcciones, tratando de digerir el asombroso espectáculo que la rodeaba : taxis, colectivos de estridentes colores, tranvías, autos, y personas, miles de personas empujándose, corriendo, charlando, tomando café en los bares.
Preguntó y preguntó hasta que finalmente dio con el colectivo que la llevaría hasta La Boca, barrio de conventillos y de inmigrantes.
Un guarda, calvo y gordo, le entregó el boleto y se sentó al lado de la ventanilla. Acomodó como pudo sus dos bolsones para permitir el paso de los demás pasajeros que la miraban de reojo. Cuando al fin subieron todos, el guarda hizo sonar una campanilla y el conductor partió raudamente.
"¡Este loco nos va a matar!", exclamó asustada por la gran velocidad. Todos la miraron con sorna y se rieron de su exabrupto.
Rosa, sonrojada, pero sin amedrentarse, enfrentó con furia a un hombre que la fulminaba con desprecio.
_¿Y usted de que se ríe don?
El caballero inmediatamente desvió la vista. "Cabecita Negra tenía que ser", expresó indignado a su acompañante.
Al llegar a La Boca, descendió aliviada del colectivo. Caminó con paso vivaz buscando el hospedaje que le habían recomendado en el pueblo.
Un conventillo pintado de brillantes verdes, naranjas y amarillos le dio la bienvenida.
Cuando traspuso el portón una multitud de personas se silenciaron para observarla con curiosidad. Un grupo de hombres tomaba mate en un rincón del amplio patio de baldosas azules, muchas de ellas agrietadas; una anciana encorvada, regaba unas macetas rebosantes de malvones; una joven pelirroja de rostro demacrado, planchaba un pilón de ropa mientras dos bribonzuelos le tironeaban la falda reclamando su atención
Unas niñas en ronda entonaban una canción que le sonó extraña: "En la calle 24 hubo un asesinato, una vieja mato un gato con la punta del zapato. Pobre vieja, pobre gato, pobre punta del zapato".
Rosa, parada en medio del patio, aspiró profundamente. "De ahora en más este será mi hogar. Hoy comienza para mí una nueva vida. Si tengo que luchar, lucharé. Si tengo que llorar, lloraré. Pero nunca, ¡jamás!, me daré por vencida. Es la vida que elijo y pienso disfrutarla".

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